Hay tantos matices de los que
hablar que ni llenando el océano de botellas con explicaciones de cómo hemos
llegado hasta aquí serviría. Botellas a la deriva entre las que iríamos
recomponiendo a trozos una historia que desde el principio siempre estuvo
incompleta. Creo que nos seguimos debiendo una conversación. Aunque sea la última.
Aunque duela. Porque es la única manera de que algún día puedan llegar a cicatrizarse
las heridas.
Faltan palabras y sobran
reproches. Faltan besos con los que calmar la sed. Abrazos que abrigaran en las
eternas solitarias noches. Sonrisas con las que alumbrar el camino a recorrer
cuando estuviéramos sumidos en la más inquietante oscuridad. Faltarían
recuerdos para que cuando hubiera marea alta sirvieran de salvavidas. Para aquellos días de niebla en los que no
podamos ver más allá de nuestras narices hicieran de faro luminoso para
continuar adelante.
Faltaríamos que hubiéramos decidido
apostar por un nosotros en común. Manteniendo nuestra independencia. Valorando
nuestros riesgos. Y completándonos. Porque las aventuras siempre deberían sumar,
nunca restar. Hubiéramos tenido que aprovechar cada oportunidad de gritarnos a
los ojos cuanto miedo sentimos por querernos sin medida. Sin control. Sin entender el porque de la situación.
Porque amar es guiarnos
constantemente en la dirección de nuestros sueños individuales creando futuros
en común. Sobran excusas y faltan caricias. Faltan maletas desechas tras
recorrer destinos excitantemente inciertos. Por faltar faltaría el principio de
una historia a la que le sigo buscando
una lógica. Sin entender que no hay final posible para aquello por lo que un
día decidimos no arriesgar.
Lorena Burcat.
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