Hay días en el que todo sucede a cámara
lenta. Nos movemos inconscientes repitiendo patrones ocultos. Revelando ante
los ojos del mundo cuan preciado es el aire para nosotros.
Sin querer somos capaces de
recrearnos en sonrisas de niños. Ilusionarnos en miradas perdidas. Siendo
incapaces de ver la fingida alegría de aquellos que se marchan. De lo que
emprenden un largo camino hacia lo desconocido siendo conscientes de que no
regresaran. Y aun así lo hacen.
Se atreven con todo. A dejar
aflorar sus sentimientos fuera de su área de control. Se permiten volver a
empezar corriendo el riesgo de nunca acabar. Porque la vida en sí misma es una aventura
sorprendente de la que hemos de disfrutar. Enroscarnos en avenidas sin salidas.
Dirigiéndonos por carriles en contra sentido. Cediendo. Dejando que nuestra
sensatez tome un respiro. Hacer una alto en el camino para contemplar el futuro
destino. Replantearnos cuál va a ser el próximo paso. Permitirnos contemplar la
realidad desde otro punto de vista. Sentirnos frágiles ante la inmensidad del
universo y a la vez extremadamente poderosos. Poderosos de ser los únicos artífices
de descubrir donde despertaremos mañana.
Porque las cosas que realmente
merecen la pena vivir son las que te permiten que tus emociones se intensifiquen.
Aquellas que hacen que la vida se detenga durante un instante para saborear
cada nuevo recorrido. Aquellas que aun sin ser nuevas siguen sorprendiendo y
maravillando.
Al fin y al cabo lo que realmente
le da el valor a la vida es sentir que podemos abrazar la libertad. Permitirnos
descansar en brazos de Morfeo y dejarnos llevar. Descubrirnos contemplando el
milagro de los sueños en retroceso. Sabiendo que nada es imposible mientras
estemos dispuestos a alcanzar velocidad a pesar de que vivamos en una carrera continua a
cámara lenta.
Lorena Burcat.
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