miércoles, 13 de agosto de 2014

Un montón de nada.


Hay momentos que marcan un antes y un después en nuestro recorrido sin que seamos conscientes de ello. Instantes sin retroceso que nos permiten dar saltos equitativos a nuevas realidades. Hay noches memorables. Luego está la noche.

Aquella noche construimos las estrellas a base de  cálidas caricias. Les dimos vida. Las encendimos y las colgamos en el firmamento para que otros pudieran iluminar sus apasionantes veladas con ellas. Apagamos a besos nuestras preocupaciones. Nos deleitamos recorriendo todas las posibilidades de aquella habitación. Memorizando cada suspiro, cada gemido. Intentando que el tiempo se volviera impasible y no avanzara. Rogamos para que nuestros miedos se disiparan.

Sabíamos de antemano que era el final. Ninguno de los dos nos atrevíamos pero poco podíamos hacer por salvar el silencio sepulcral que se había instaurado en nuestras vidas. Las emociones empezaron a congelarse. A esfumarse. Sabíamos que habían opciones pero ninguno de los dos estuvo dispuesto a luchar por ello. Nos aferramos el uno al otro en un último viaje hasta el séptimo cielo. Ida y vuelta. Y entre lágrimas silenciadas caímos presos en manos de Morfeo.


Como siempre se nos pegaron las sabanas y llegamos tarde a nuestro particular apocalipsis. 

Y aquí estamos. Mirando al existencial vacío sin saber que hacer solamente rodeados de un montón de nada.

Lorena Burcat.

No hay comentarios:

Publicar un comentario