Hay momentos que marcan un antes
y un después en nuestro recorrido sin que seamos conscientes de ello. Instantes
sin retroceso que nos permiten dar saltos equitativos a nuevas realidades. Hay
noches memorables. Luego está la noche.
Aquella noche construimos las
estrellas a base de cálidas caricias. Les
dimos vida. Las encendimos y las colgamos en el firmamento para que otros pudieran
iluminar sus apasionantes veladas con ellas. Apagamos a besos nuestras
preocupaciones. Nos deleitamos recorriendo todas las posibilidades de aquella habitación.
Memorizando cada suspiro, cada gemido. Intentando que el tiempo se volviera
impasible y no avanzara. Rogamos para que nuestros miedos se disiparan.
Sabíamos de antemano que era el
final. Ninguno de los dos nos atrevíamos pero poco podíamos hacer por salvar el
silencio sepulcral que se había instaurado en nuestras vidas. Las emociones
empezaron a congelarse. A esfumarse. Sabíamos que habían opciones pero ninguno
de los dos estuvo dispuesto a luchar por ello. Nos aferramos el uno al otro en
un último viaje hasta el séptimo cielo. Ida y vuelta. Y entre lágrimas
silenciadas caímos presos en manos de Morfeo.
Como siempre se nos pegaron las
sabanas y llegamos tarde a nuestro particular apocalipsis.
Y aquí estamos. Mirando al existencial vacío
sin saber que hacer solamente rodeados de un montón de nada.
Lorena Burcat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario