jueves, 21 de agosto de 2014

Pequeñas dosis.


Somos animales de costumbres. Hay detalles que repetimos hasta la extenuidad sin darnos cuenta. Hábitos que nos hacen únicos. Reflejos diarios que marcan la diferencia entre unos y otros.

Soy de las que piensan que al final el resto del mundo nos recordará por nuestras manías.

Quizás no me acuerde del día en que dejo de ser solo un familiar más y pasé a considerarla mi hermana. No sabría deciros que helado es su favorito ni cuál es su número de la suerte. Aunque no sé yo si es mucho de creer en la suerte y el azar. Pero jamás olvidaré que come todo a pares. De dos en dos. Y no intentes probarla, es algo invariable en su rutina. Dicen que su hermano es igual. Cosa de hermanos, supongo. De los de verdad.

Tengo una amiga que es la mujer más escéptica a la que me he enfrentado en mi vida. Dura. Pero con un gran corazón. Siempre le digo que es una femme fatal con alma enamorada. Nunca acabo de saber qué es lo que piensa. Y seguramente con el paso del tiempo se me acaben olvidando detalles de su trepidante historia. Pero hay algo que siempre prevalecerá. Su amor incondicional por el chocolate. No podré olvidar su  manía de untar las galletas Príncipe con Nutella. Eso es así.

Mi niño pequeño siempre es un misterio. Frío y tierno. Una imagen de tipo duro aunque sé que en el fondo extraña a la ñoña de su hermana. La distancia nos separa pero no olvido que o el agua se bebe fría o no sabe a agua. Que la horchata sabe mejor directamente de la botella y que su deporte favorito es desquiciar a mama jugando a ser Maradona con el balón en el salón.

Seguramente con el paso del tiempo acabe olvidándome de si soy más de atardeceres o de amaneceres. De la fecha exacta del día en que empecé a amar escribir. Del día en que aprendí que viajar y descubrir nuevos mundos en miradas ajenas es mi mayor desafío. Pero sé que pase lo que pase no olvidaré que la tortilla de patatas me ayuda a sentirme como en casa. Que no hay mejor helado que el clásico sentado frente al mar poniéndome al día con mis hermanas de corazón y que el único alcohol que tomo es el Brandy que mama le echa al tiramisú.

 Detalles sin aparentemente importancia que, para mi, lo dicen todo.


Porque en la vida lo que marca la diferencia entre lo bueno y lo superior, lo que consigue que jamás muramos, porque siempre nos recordarán por ello, aquello que nos hace crecer y avanzar son las pequeñas dosis con las que saboreamos nuestra realidad.

Lorena Burcat.

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