Dicen que al viajar te encuentras
por contraste. Que crecer es aprender a despedirse. He cerrado tantas puertas y
he abiertos tantos nuevos horizontes que ya no sé dónde me acuesto. Ni donde
voy a descubrir mi nuevo destino. Sé que esto es solo una zona de paso más. Un
lugar puente que conecta con mi próximo destino aún incierto.
Es fascinante cuán rápido me
adapto a las nuevas emociones. A las calles que aunque parecen que siempre
cuentan las mismas historias siempre te permiten descubrir significantes
aventuras.
Me entristecía saber que podría
seguir avanzando por las inmensidades de estas nuevas realidades pero que nunca
tendría un punto de retorno. Un hogar al que volver y refugiarme. Cuatro
paredes que se convirtieran en pilares donde fomentar mi libertad. Viajes que
siempre tendrían destino de vuelta. Regresos placenteros que me ayudarían a dar
un paso más allá. Porque pasará lo que pasará siempre estaría ahí para mí.
Me equivoque. Soberanamente. Había
un pequeño detalle que no tuve en cuenta. Un minúsculo matiz que cambió el
significado de aquel discurso ofuscado.
La realidad se tornó diferente cuando entendí que al final moriré en
tierra de nadie.
Y a todos nos pasará lo mismo.
Porque no pertenecemos al nido en
el que nacemos sino al cielo en el que aprendemos a volar.
Porque ahora sé que vaya donde
vaya puedo construir mi hogar. Envejecer con el conocimiento de que cada
atardecer es un refugio para el próximo despertar. Porque vayamos donde vayamos
siempre nos tendremos a nosotros mismos. Y que pase lo que pase la luna es la
misma en cualquier lugar. Y eso nos da la seguridad de que una nueva aventura
esta por empezar.
Lorena Burcat.
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