Las cosas buenas de la vida ni se
compran ni se venden. Se comparten.
Pero soy de las que ODIO, en mayúscula
y en negrita, compartir la comida. Y ya no hablemos del postre. Más si es brownie
de chocolate casero. Ni la cama. Demasiado agobio. Ni los atardeceres. A solas
con un buen vino y un mejor libro. Rozando con la yema de los dedos la escurridiza
arena de cualquier playa desierta.
Aunque contigo hago una excepción. Porque eres la excepción que confirma mi regla.
Contigo compartiría el helado de chocolate en la
playa. Un helado que se derretiría mientras me embeleso mirando la mezcla tan
genuina del mar en el horizonte y el tacto de tu barba al besar mis hombros. Un
helado a lametazos insinuantes que nos abriera el apetito de algo más salvaje.
Contigo compartiría la cama. Y aunque
es verano y hace calor dormiríamos abrazados. Sudorosos tras un polvo descomunal.
Compartiríamos sueños, miedos y frustraciones. Y eso significa mucho más que
unos centímetros de sabanas.
Contigo compartiría los
amaneceres tras prometedoras noches infinitas.
Así que sigo pensando que contigo sería capaz de compartir
las cosas buenas de la vida. Mis imprescindibles solitarios. Mis delirios más
ocultos. Contigo no habría reparo.
Y sin embargo aquí sigo. Viendo anochecer
desde mi cama aferrándome a las galletas de chocolate como tabla de salvación
con el mar como fondo de pantalla y contigo bien lejos de mí.
Lorena Burcat.
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