Si mañana me casara de lo único de lo que me preocuparía es de sonreír. Ser feliz. Porque cuando las cosas las hacemos de corazón, con pasión e ilusión lo único que puede acontecer es que acabemos hechizados por la magia del momento.
Ese día me levantaría con la
calma, con mucha calma. Dejemos los nervios para mañana. Desayunaría con mi
madre y mi hermana. Hablaríamos descalzas rememorando viejas historias
entrañables, de esas que hacen que el tiempo cuente.
Disfrutaría recorriendo las
calles inspiradoras de Barcelona. Da igual si me casara en Ravello, Mykonos o en
San Remo, ese día mi ciudad estaría solo a dos pasos de mí. Me dedicaría a
perderme, mañana ya hablamos de los reencuentros.
Me encandilaría mirando una y
otra vez mi regalo de pedida. Me encantan los anillos, y lo que evocan. Las historias
fascinantes que se producen a su alrededor. El amor condensado en una sortija.
Sin embargo, no es lo que quiero. Es un símbolo precioso, pero no para mí, no
ahora. Me fascinaría un par de entradas para el concierto de año nuevo de
Viena. Simple y contundente. Hay mucha historia detrás.
Dedicaría la tarde a leer
mientras mis pies chapotean en la piscina del hotel, o aún mejor, en la playa.
El mar en el horizonte y una horchata bien fría.
Por la noche me dedicaría a pasarlo
con mis amigas. Las otras locas con las que nos comprendemos con solo mirarnos.
Las adolescentes que han ido creciendo pero su inocencia y su ilusión sigue
intacta. No hay mejor plan que comer Kebab y macarons en el jardín del hotel.
Quizás no sea la combinación adecuada, pero si la perfecta para mí.
Porque al final el amor consiste
en eso. En avanzar con pasión, trabajar unidos para que funcione. Porque la mejor opción no existe, pero si mí elección.
Lorena Burcat.
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