martes, 21 de octubre de 2014

Sigamos preguntándonos.


Me repatea las entrañas que al final de cuenta las respuestas siempre sean las mismas. Es como tratar de reducir Paris al concepto de la Torre Eiffel, o afirmar que Barcelona es poco más que Gaudí, la Sagrada Familia y la Barceloneta. Es implícito en ello que el contexto reduzca a cenizas el contenido. Que los actos no figuren, se queden en agua de borrajas y que lo que perduren sean palabras incoherentes escupidas una noche de tormenta veraniega. Me duele que nos quedemos con aquello remplazable, olvidable, saciable. Y nos olvidemos del prefijo IN. Aquel con el que, mágicamente, las historias cambiarían de sentido decantando la balanza hacia el lado de apostar por el corazón desdiciendo aquello de que mejor apostemos por lo seguro.

Me sigo preguntando si es verdad que el amor existe. Y si es así donde estará escondido. Dudo si será o no cierto aquello de que al enamorarnos nos volvemos idiotas. Hay quienes se atreven a afirmar que el amor mueve el mundo, derrumba barreras, salta murallas, inspira, es arte. Otros reniegan de él. Porque amar solo nos lleva a la insatisfacción de la felicidad fragmentada, a la búsqueda insaciable e interminable de algo más que responda a la existencia del ser humano.


Cada vez voy descubriendo más posibles respuestas a si el amor existe o es una mera ilusión para seguir avanzando en los días grises. Creo que lo estamos haciendo mal. Jodidamente mal. Lo importante no es encontrar la respuesta acertada sino seguir preguntándonos mientras avanzamos.  

Lorena Burcat

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