Me repatea las entrañas que al
final de cuenta las respuestas siempre sean las mismas. Es como tratar de
reducir Paris al concepto de la Torre Eiffel, o afirmar que Barcelona es poco
más que Gaudí, la Sagrada Familia y la Barceloneta. Es implícito en ello que el
contexto reduzca a cenizas el contenido. Que los actos no figuren, se queden en
agua de borrajas y que lo que perduren sean palabras incoherentes escupidas una
noche de tormenta veraniega. Me duele que nos quedemos con aquello remplazable,
olvidable, saciable. Y nos olvidemos del prefijo IN. Aquel con el que, mágicamente,
las historias cambiarían de sentido decantando la balanza hacia el lado de
apostar por el corazón desdiciendo aquello de que mejor apostemos por lo
seguro.
Me sigo preguntando si es verdad
que el amor existe. Y si es así donde estará escondido. Dudo si será o no
cierto aquello de que al enamorarnos nos volvemos idiotas. Hay quienes se
atreven a afirmar que el amor mueve el mundo, derrumba barreras, salta
murallas, inspira, es arte. Otros reniegan de él. Porque amar solo nos lleva a
la insatisfacción de la felicidad fragmentada, a la búsqueda insaciable e
interminable de algo más que responda a la existencia del ser humano.
Cada vez voy descubriendo más
posibles respuestas a si el amor existe o es una mera ilusión para seguir
avanzando en los días grises. Creo que lo estamos haciendo mal. Jodidamente mal. Lo importante
no es encontrar la respuesta acertada sino seguir preguntándonos mientras
avanzamos.
Lorena Burcat
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