Una consecuencia de las
vacaciones de verano son los atascos. Miles de personas se adentran en las
carreteras buscando salidas a sus problemas. Cada uno tiene un destino al que ansía
llegar. Un final que quiere descubrir.
Cada verano iba en coche durante
seis horas hasta llegar al pueblo de mi madre. Un oasis de amor y diversión. A
la subida o a la bajada nos encontrábamos aglomeraciones ingentes de tránsito. Jamás
me preocuparon. Siempre me parecían realmente interesantes. Lugares
indescriptibles para vivir aventuras impensables.
Creo que no había año en el que
no soñaba que al crecer iría como cada
verano al mismo destino pero la historia cambiaría. Habría tal embotellamiento
que nos bajaríamos del coche mi prima y yo y entablaríamos conversación con los
vecinos. Unos guapos californianos que buscaban tranquilidad en las montañas
del norte. Decidiríamos cometer la locura de intercambiar algún pasajero y pondríamos
rumbo incierto a una vivencia que le contaríamos hasta nuestros nietos.
2. Puentes
Siempre me han parecido una joya arquitectónica.
Lugares de paso que ayudan a seguir avanzando. Los puentes son conductores a
nuevos mundos. A intercambios fascinantes y apasionantes. Hilos conductores de
nuevas intrigas que nunca te revelan el final.
Pocas cosas me gustan más del
verano que el helado de cookies y Ferrero roche del Chiringuito de Pepito, los
paseos por playas desiertas y los cines al aire libre.
Recuerdo que en mi pueblo cada
verano en el parque municipal ponían uno. Cada martes una nueva película. Servía
de enclave para reunirnos pequeños y mayores y hacer fiesta sin motivo alguno.
Hace tiempo que ya no vivo allí.
No he vuelto desde que tenía doce años. Pero cada vez que voy a uno recuerdo
con nostalgia aquellos anocheceres en el césped con el mar al fondo comiendo
tortilla de patatas mientras recitábamos diálogos absurdos sin atender muy bien
a la realidad de la película. Creo que fue allí donde empecé a sentir la
necesidad de crear mi propio guión.
4. Tango.
La vida es un tango al filo de un
acantilado. No hay nada más sensual, apasionante y arriesgado que dejarte
llevar en un tango de Gardel. Sentir a tu acompañante vibrar y abandonarte en
sus pasos. Abrazar sus movimientos con la certeza de que acabaras en buen
puerto.
Sé que el hombre de mi vida será aquel
con el que consiga dejarme llevar y bailar entre arenas movedizas al compás de
su pasión.
Nos leemos en agosto. Hasta la próxima ¡ser felices!
Lorena Burcat.