Hay historias que aunque no
queramos son. Acaban por marcar. Por contar. Por hacer que la balanza acabe decantándose
por el lado incorrecto. Por el prohibido. Por el que deseamos pero que nuestra
moral rechaza. Por el que nos hará daño.
Dejamos que el tiempo pase.
Fantaseando con el chico malo que solo cambia en los libros subidos de tono. Conformándonos
con el chico mono y sensato. El que nos conviene. El buenazo.
Permitimos que nos creamos esta
historia de que o con el malo o seremos infelices. Que solo con un tipo que te
hace perderte a ti misma te puedes sentir viva. Que lo vas a cambiar. Pero hay
algo que en este discurso no funciona. No encaja. Hace que me replantee un par
de cosas.
¿De verdad? No creo que
necesitemos a nadie que nos hunda para que podamos salir del pozo. Intuyo que
el problema va un poco más atrás. Es un poco más profundo. Recae en nosotros mismos.
Creía que el lado prohibido era
el del tipo duro. Que realmente el bueno no me despertaba ninguna emoción. Que
o era con el que te hace suplicar o con nadie. Y quizás había un pequeño fallo.
Un error tipográfico en el que no había recaído. Era todo mentira.
Lo intenté. Olvidé todo aquello
que un día decidí que merecía. Cedí. Caí y me acomode. Me di de bruces contra
un cuerpo y allí me quede a residir. Permití olvidarme de mis principios. Que
tan principios no debían ser porque los acabé malvendiendo por un par de
orgasmos a medias. Cambie la combinación a mi corazón. Enterré mi futuro por
anclarme a un pasado dudoso, a un presente incierto.
Deje que el peso de las emociones
que no podía mostrar me hundieran. Toque fondo. Eché el ancla y espere. Permití
que el tiempo decidiera cuando recibiría la siguiente bocanada de aire. Si
aquel último beso había firmado mi sentencia de muerte. Y me dormí. Me abandone
en un rincón. Creyendo que yo era incapaz. Que de allí no saldría. Que era lo
que me había buscado. Lo que merecía.
Todo pasa. Pesa. Cuenta. Y los
días hacen que acabes despertando. Perdida en la inmensidad de tu tristeza. Creí
que el tiempo perdido era horrible. Que una vida sin él era lo peor.
Y entonces me di cuenta de que podía
ser peor. Podía no doler.
Lorena Burcat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario