martes, 8 de julio de 2014

Diosas nocturnas.


La noche había sido larga. Devastadora. No podía más. Quizás como decía Luis se había vuelto un viejo. El tiempo empezaba a pasar factura. La cabeza le daba vueltas y más vueltas y no dudaba que en cualquier momento empezaría a delirar.

Y ocurrió.

El tiempo se paró. El oxígeno desapareció y empezó a sentirse mareado. Las alucinaciones estaban haciendo de las suyas.

Debía medir no más de metro sesenta. Morena. Con unos ojos azules que eclipsaban a la luna llena que hoy iluminaba a los mortales que vagaban a esas horas por las calles de la eterna ciudad. Piel aterciopelada. Simplemente deliciosa.

Martin conocía las historias de las extrañas criaturas que habitaban en la nocturnidad londinense. Seres de en cuento capaces de volverte loco para desaparecer al día siguiente sin dejar rastro. Ni un mísero número de teléfono. Ni tan si quiera un nombre al que suplicar en soledad.

Eran mujeres independientes. Incapaces de comprometerse más allá de esa noche. Podías mendigar su pasión, su atención, su cariño. Pero de nada serviría. Nunca desayunaban en compañía.

Y a pesar de las numerosas advertencias no podía apartar sus ojos de esa magnética mujer. Un misterio sin resolver que le quitaría el sueño. No sabía discernir con claridad si eran las copas de más que le estaban pasando una mala jugada o realmente esa sirena de ciudad estaba sentada dos asientos más adelante.

Solo hay una posible solución a una cuestión sin respuesta. Averiguarlo.

Tomo aire y decidió ir a por todas. Quizás ya no era el muchacho de veintitrés años capaz de comerse aquello que se le pusiera por delante pero seguro que podría lidiar con el vacío existencial que mañana sufriría su cama al no ver más a esa diosa de las nieves.

En la vida no podemos plantearnos más de tres seguros si vamos a arriesgar o no. Antes de ponerse en pie la ninfa ya había desaparecido. Bajó en algún punto de Hyde Park y desapareció entre callejones oscuros y sombras tenebrosas.

Hay mujeres que no te puedes permitir dejar escapar. Aunque supongan un punto de inflexión. Aunque hagan cuestionar todas tus prioridades, valores y satisfacciones.

Nunca sabremos si Martin hubiera encontrado la mujer irremediable aquel diez de mayo en el autobús de la ruta 94. Solo sabemos con seguridad que esas mujeres deliciosamente rebuscadas existen y que compensa arriesgar.

Yo no pierdo la esperanza  de que algún día él pueda dejar de martirizarse y cambiar de ruta de autobús con la tranquilidad de que si ha de ser será. En la vida solo hay que desear. Cerrar los ojos y dejarse llevar.


Lorena Burcat.

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