La noche había sido larga. Devastadora.
No podía más. Quizás como decía Luis se había vuelto un viejo. El tiempo
empezaba a pasar factura. La cabeza le daba vueltas y más vueltas y no dudaba
que en cualquier momento empezaría a delirar.
Y ocurrió.
El tiempo se paró. El oxígeno desapareció
y empezó a sentirse mareado. Las alucinaciones estaban haciendo de las suyas.
Debía medir no más de metro
sesenta. Morena. Con unos ojos azules que eclipsaban a la luna llena que hoy
iluminaba a los mortales que vagaban a esas horas por las calles de la eterna ciudad.
Piel aterciopelada. Simplemente deliciosa.
Martin conocía las historias de
las extrañas criaturas que habitaban en la nocturnidad londinense. Seres de en
cuento capaces de volverte loco para desaparecer al día siguiente sin dejar
rastro. Ni un mísero número de teléfono. Ni tan si quiera un nombre al que
suplicar en soledad.
Eran mujeres independientes. Incapaces
de comprometerse más allá de esa noche. Podías mendigar su pasión, su atención,
su cariño. Pero de nada serviría. Nunca desayunaban en compañía.
Y a pesar de las numerosas
advertencias no podía apartar sus ojos de esa magnética mujer. Un misterio sin
resolver que le quitaría el sueño. No sabía discernir con claridad si eran las
copas de más que le estaban pasando una mala jugada o realmente esa sirena de
ciudad estaba sentada dos asientos más adelante.
Solo hay una posible solución a
una cuestión sin respuesta. Averiguarlo.
Tomo aire y decidió ir a por todas.
Quizás ya no era el muchacho de veintitrés años capaz de comerse aquello que se
le pusiera por delante pero seguro que podría lidiar con el vacío existencial
que mañana sufriría su cama al no ver más a esa diosa de las nieves.
En la vida no podemos plantearnos
más de tres seguros si vamos a arriesgar o no. Antes de ponerse en pie la ninfa
ya había desaparecido. Bajó en algún punto de Hyde Park y desapareció entre
callejones oscuros y sombras tenebrosas.
Hay mujeres que no te puedes
permitir dejar escapar. Aunque supongan un punto de inflexión. Aunque hagan cuestionar
todas tus prioridades, valores y satisfacciones.
Nunca sabremos si Martin hubiera
encontrado la mujer irremediable aquel diez de mayo en el autobús de la ruta
94. Solo sabemos con seguridad que esas mujeres deliciosamente rebuscadas existen
y que compensa arriesgar.
Yo no pierdo la esperanza de que algún
día él pueda dejar de martirizarse y cambiar de ruta de autobús con la tranquilidad de
que si ha de ser será. En la vida solo hay que desear. Cerrar los ojos y
dejarse llevar.
Lorena Burcat.
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