jueves, 31 de julio de 2014

Los imprescindibles de julio.



La distancia. Nadie mejor que ella para enseñarte el valor de lo que dejas. De lo que reencontrarás. De lo que permanecerá. Y la magia siempre está presente. Y hay imprescindibles. Estos son los de julio.

1. Los atascos.



Una consecuencia de las vacaciones de verano son los atascos. Miles de personas se adentran en las carreteras buscando salidas a sus problemas. Cada uno tiene un destino al que ansía llegar. Un final que quiere descubrir.

Cada verano iba en coche durante seis horas hasta llegar al pueblo de mi madre. Un oasis de amor y diversión. A la subida o a la bajada nos encontrábamos aglomeraciones ingentes de tránsito. Jamás me preocuparon. Siempre me parecían realmente interesantes. Lugares indescriptibles para vivir aventuras impensables.

Creo que no había año en el que no soñaba que  al crecer iría como cada verano al mismo destino pero la historia cambiaría. Habría tal embotellamiento que nos bajaríamos del coche mi prima y yo y entablaríamos conversación con los vecinos. Unos guapos californianos que buscaban tranquilidad en las montañas del norte. Decidiríamos cometer la locura de intercambiar algún pasajero y pondríamos rumbo incierto a una vivencia que le contaríamos hasta nuestros nietos.

2. Puentes






Siempre me han parecido una joya arquitectónica. Lugares de paso que ayudan a seguir avanzando. Los puentes son conductores a nuevos mundos. A intercambios fascinantes y apasionantes. Hilos conductores de nuevas intrigas que nunca te revelan el final.


3. Cines de verano. 



Pocas cosas me gustan más del verano que el helado de cookies y Ferrero roche del Chiringuito de Pepito, los paseos por playas desiertas y los cines al aire libre.

Recuerdo que en mi pueblo cada verano en el parque municipal ponían uno. Cada martes una nueva película. Servía de enclave para reunirnos pequeños y mayores y hacer fiesta sin motivo alguno.

Hace tiempo que ya no vivo allí. No he vuelto desde que tenía doce años. Pero cada vez que voy a uno recuerdo con nostalgia aquellos anocheceres en el césped con el mar al fondo comiendo tortilla de patatas mientras recitábamos diálogos absurdos sin atender muy bien a la realidad de la película. Creo que fue allí donde empecé a sentir la necesidad de crear mi propio guión.

4. Tango.



La vida es un tango al filo de un acantilado. No hay nada más sensual, apasionante y arriesgado que dejarte llevar en un tango de Gardel. Sentir a tu acompañante vibrar y abandonarte en sus pasos. Abrazar sus movimientos con la certeza de que acabaras en buen puerto.


Sé que el hombre de mi vida será aquel con el que consiga dejarme llevar y bailar entre arenas movedizas al compás de su pasión.

Nos leemos en agosto. Hasta la próxima ¡ser felices!


Lorena Burcat. 

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