miércoles, 9 de julio de 2014

Incógnitas dolorosas.


Hay veces que el dolor del fracaso es tan profundo que solo se puede diluir a golpes.

Es como esos polvos de reconciliación en los que es imposible llegar al orgasmo. Ni se disfrutan ni cierran heridas. Porque no hay una búsqueda en común, solo son dos personas desahogándose incapaces de mediar palabra. Cuerpos vacíos. Almas carentes de paz. Se mueven por instinto intentando aliviar tensiones que jamás se resolverán. Porque el problema no es con el otro. El problema es que somos incapaces de ser coherentes con nosotros mismos.

Alexa seguía aferrada a la idea de que nunca es tarde. De que las casualidades siempre se convierten en causalidades. Y aunque las manecillas del reloj hacían trece minutos que pasaban de la hora prevista ella seguía creyendo que aparecería.

Aquella mirada retante de un desconocido era lo que hacía que estuviera en vilo todo el día. Suponia su bocanada de aire fresco hasta el siguiente amanecer. Eran apenas tres minutos entre un cambio y otro de autobús pero servían para entender que aquello podía llegar a ser algo más. Aún tenía que descifrar que significaba aquella incógnita. Pero sin duda se sentía protegida sabiendo que mañana tras mañana el estaría ahí para salvarla.

El primer día que lo vio se quedó sin respiración. Cuando, tras dos semanas de tormento fantaseando con Don misterioso él se fijó en ella la boca se le secó. El pulso se le acelero y sintió la enorme necesidad de saltar al vacío. Daba igual que se encontraría tras la caída pero al menos sentiría que seguía viva.

Es extraño necesitar de alguien para seguir avanzando. Más si no tenemos ni siquiera un nombre para saciar nuestra curiosidad. Pero la forma imperiosa y desafiante que aquel hombre tenía para hacerla sentir mujer hacían que cualquier imaginación irreal e imposible tuvieran sentido.

Y sin haber conseguido ni una sonrisa completa míster perfecto desapareció sin dejar rastro. Haciéndola sentir como si todo hubiera formado parte de una alucinación muy placentera pero absurda.

Y entonces llego el dolor.

Porque podemos suponer todo y más, pero si no tenemos nada tangible a lo que agarrarnos como tabla de salvación para continuar acabamos ahogándonos.

La vida está llena de enseñanzas que nos indican que todo es cuestión de priorizar. Quizás si se hubiera atrevido a cruzar esos metros que le separaban ahora tendría un apellido, incluso un número de teléfono. Quizás no dormiría sola por las noches, ni  tendría que fantasear para llegar al clímax porque él la haría llegar. Quizás el fuera el tipo que siempre estuvo esperando sin saberlo. Quizás hubiera sido un error más en la larga lista de aprendizajes.

Ya de nada sirve preguntarse qué hubiera sido de Alexa sí hubiera arriesgado. Lo que es seguro es que no ardería de rabia como lo hace ahora. Porque el dolor se apodera de sus sentidos por no ser capaz de perdonarse que un día no fuera capaz de arriesgar.

Dicen que el tiempo todo lo cura.


Queridos mortales, para la próxima déjense llevar. Puede que acaben dolidos pero al menos no habrá dudas que no puedan saciar su curiosidad.

Lorena Burcat.

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