Hay líneas realmente delgadas. A
veces invisibles. Son puntos clave en nuestra historia personal. Límites
infranqueables. Lugares en los que nos sentimos protegidos. Zonas de confort
que poco ayudan a que avancemos.
Creemos que por conocer un sitio
como la palma de nuestra mano nada malo puede ocurrir. Nos pasamos la vida previniendo
el siguiente paso. Intentando entender que ecuación hemos de resolver para
poder prevenir futuros conflictos. Vivimos por y para controlar cada movimiento
reduciendo posibles daños.
Y todo para nada. Al final es
absurdo.
Un día llega un huracán y todos
tus planes sobre seguro se los lleva por delante. Arrasa con todo. Con tus
planes. Tus sueños. Tu refugio. Lo único que te deja para que vuelvas a
resurgir de tus cenizas son los miedos y las metas.
Los miedos esos fieles compañeros
de viaje que jamás te abandonan. Cuando suponemos que han desaparecido para
siempre, que por fin podremos vivir tranquilos reaparecen. En la esquina de
cualquier callejón. Sin previo aviso. Quizá con diferente forma, distinto
nombre, pero indudablemente tus miedos ahí siguen.
Las metas son lo que nos ayuda a
seguir a ciegas. Aprendemos a leer el sonido de nuestros latidos. A descifrar
nuestros anhelos más profundos. El camino es incierto. Nunca sabemos en qué estación
encontraremos el camino indicado. Pero el final siempre ha de estar claro.
Definido.
Realmente eso es lo que hace de
la vida una aventura excitante e inigualable. Recorrer los serpenteantes entresijos.
Descubriendo en cada giro amaneceres indescriptibles que ayuden a avanzar por
laberintos desérticos.
Todo es empezar. Dejarse llevar. Y
contar que en el momento clave lo bueno y lo malo siempre estará. Solo depende
de uno mismo en qué punto quiere empezar mañana.
Lorena Burcat.
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