jueves, 10 de julio de 2014

Malvivir.


Hay días que son fundidos a negros. Días en que no hay ni musas ni besos robados que resuciten la inspiración perdida. Días que el dolor es tan intenso y la batalla interna tan potente que solo podemos optar por llorar. Hacernos un ovillo en la cama y mañana será otro día. Es en esos días en los que sientes que el oxígeno es tan escaso que poco más puedes hacer.

No es momento de dramatismos ni de llantos baratos.

Cuando la oscuridad se cierne sobre nosotros solo podemos disfrutar. Relajarnos. Sentir las lágrimas secarnos la piel y volver a empezar.

Solemos encontrar culpables fácilmente. Reconocer los errores en los que se han convertido los demás. Gritar de rabia y frustración por no saber continuar. Y declarar que el responsable es el pasado que no te deja avanzar.

Recordar una y otra vez cuánto daño nos hicieron. Cuanto nos jodieron. Hasta hacernos creer que nada podríamos vencer. Hasta hacernos sentir que nuestra única opción era sobrevivir.

Con el paso del tiempo pasamos de sobrevivir a malvivir. A mendigar caricias por tal de reducir la soledad. Abrazarnos sin tocarnos. Aceptar caridad por sentirnos uno más. Malvivimos por la creencia instaurada de que necesitamos el amor ajeno para continuar. Para ser felices.

Lo que a nadie se le ocurrió explicarnos es que malviviendo se puede sobrevivir. Pero nunca llegaremos a ser felices. Porque la única opción de vencer y avanzar es asumir que el único responsable del pasado, presente y futuro somos nosotros mismos. Que aunque los agentes externos afectan no determinan.

Por eso mañana será otro día. Para empezar o para acabar. Para desistir, desfallecer o empezar de nuevo otra vez. Cada amanecer nos da la oportunidad de decidir que queremos llegar a ser. Cada día es una nueva ocasión de dejar de malvivir y aprender a escribir el capítulo que queremos vivir.

Lorena Burcat.


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