Hay días que son fundidos a
negros. Días en que no hay ni musas ni besos robados que resuciten la inspiración
perdida. Días que el dolor es tan intenso y la batalla interna tan potente que
solo podemos optar por llorar. Hacernos un ovillo en la cama y mañana será otro
día. Es en esos días en los que sientes que el oxígeno es tan escaso que poco
más puedes hacer.
No es momento de dramatismos ni
de llantos baratos.
Cuando la oscuridad se cierne
sobre nosotros solo podemos disfrutar. Relajarnos. Sentir las lágrimas secarnos
la piel y volver a empezar.
Solemos encontrar culpables fácilmente.
Reconocer los errores en los que se han convertido los demás. Gritar de rabia y
frustración por no saber continuar. Y declarar que el responsable es el pasado
que no te deja avanzar.
Recordar una y otra vez cuánto
daño nos hicieron. Cuanto nos jodieron. Hasta hacernos creer que nada podríamos
vencer. Hasta hacernos sentir que nuestra única opción era sobrevivir.
Con el paso del tiempo pasamos de
sobrevivir a malvivir. A mendigar caricias por tal de reducir la soledad.
Abrazarnos sin tocarnos. Aceptar caridad por sentirnos uno más. Malvivimos por
la creencia instaurada de que necesitamos el amor ajeno para continuar. Para
ser felices.
Lo que a nadie se le ocurrió
explicarnos es que malviviendo se puede sobrevivir. Pero nunca llegaremos a ser
felices. Porque la única opción de vencer y avanzar es asumir que el único responsable
del pasado, presente y futuro somos nosotros mismos. Que aunque los agentes
externos afectan no determinan.
Por eso mañana será otro día.
Para empezar o para acabar. Para desistir, desfallecer o empezar de nuevo otra
vez. Cada amanecer nos da la oportunidad de decidir que queremos llegar a ser. Cada
día es una nueva ocasión de dejar de malvivir y aprender a escribir el capítulo
que queremos vivir.
Lorena Burcat.
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