sábado, 31 de mayo de 2014

Felices 24.

Porque si la ocasión lo merece siempre se hacen excepciones. Hoy, sin duda, es un gran día.

Hemos aprendido a seguir en la distancia. A valorar lo volátil, a alterar las probabilidades. A percibir aquello invisible. Lo nuestro es cuestión de piel.

Año tras año nos superamos. Siempre hay palabras que describen todo aquello que somos, sentimos, vivimos y disfrutamos. Instantes imborrables. Anécdotas memorables. Recuerdos que nos acompañaran perpetuamente como parte de nuestro equipaje allá donde vayamos. Me encantaría estar en casa y que soplaras las velas a mi lado. Irnos de paseo a la playa. Disfrutar contemplando el infinito haciendo planes extraordinarios.

Es absurdo prometernos que este año, por fin, nos iremos a vivir juntas. Porque en el último instante nos da por coger las maletas e irnos a conquistar nuevas tierras. Con tanta puntería seguro que acabamos cada una en un polo completamente opuesto. Por si eso llega a ocurrir me pido el sol.

Este año empiezas grandes aventuras en solitario. A veces las altas expectativas hacen que la realidad tambalee. Pero pase lo que pase jamás olvides quien eres, de dónde vienes y sobre todo que quieres llegar a ser. Porque lo importante no es lo que somos hoy, si no lo que queremos ser mañana.

El futuro es, prácticamente,  impredecible. Pero hay cosas seguras. Lucharemos por conseguirlas.  Yo voy haciendo una lista para no olvidarnos de ninguna de las aventuras que tenemos por vivir.

1.       Cruzar sud américa.


 Tú eres de moto yo de Cadillac. Llegado el momento veremos cómo lo repartimos. Yo me encargo de la fotografía, tú encárgate de que no vayamos con prisas. Si disfrutamos al final las risas llegan.

2.       26 de diciembre.


Hay pocas cosas que adore más que reunirme en familia. Para mi navidad es indispensable. Felicidad desbordante. Banquetes inmensamente apasionantes. Algún día ampliaremos la familia. Sin prisa. Y tomaremos el relevo. Para cuando llegue yo me reservo el 26. Ese día fiesta grande en casa la tía Lorena.

3.       Viajar sin rumbo.


Es necesario tener un plan, una ruta a seguir. Pero es necesario dejarnos llevar y aventurarnos a descubrir perdiéndonos. Siempre he querido perderme en Grecia. Sus playas paradisiacas, conocer su gastronomía, su gente, su cultura. ¿Te apetece un par de meses perdidas recorriendo sin más preocupación que donde cenaremos esta noche?

4.       Crecer.



Crecer es aprender a despedirse. Siempre te he considerado un pilar fundamental. Un faro luminoso en medio de las tinieblas que obstruyen el camino hacia mis sueños. Paso a paso. Quedan 365 días para tu cuarto de siglo. Hasta entonces sigue luciendo esa sonrisa que te caracteriza. Dientes de ratoncilla incluida. Disfruta de cada desafío. Arriesga, hasta el final. Porque o se gana o se aprende. Y si fracasas, disfrútalo. Los obstáculos y dificultades son los que nos ayudan a superarnos. A mejorar.

Porque como bien diría Mafalda, ¿Qué importan los años? Lo realmente importante es comprobar que al fin de cuentas la mejor edad de la vida es estar vivo.

Vive y lucha por tus ideales. Solo si eres capaz de soñar lo podrás lograr. Cree en ti misma, en tus posibilidades. Porque quien cree, crea. Y se feliz. Mucho y muy bien. Felices 24.

Te quiero.

Lorena Burriel Catalán.

viernes, 30 de mayo de 2014

Los imprescindibles de mayo.




La distancia. Nadie mejor que ella para enseñarte el valor de lo que dejas. De lo que reencontrarás. De lo que permanecerá. Y la magia siempre está presente. Y hay imprescindibles. Estos son los de mayo.

1. Fotografías que te evocan felicidad eterna.






Fotografías: http://ferjuaristi.com/

Las  fotos son más que simples capturas de recuerdos. Momentos imborrables. Aunque ello no quiere decir que el significado no cambie. Las fotografías no recogen el sonido de la risa o del llanto. El olor a primavera en tu cintura. El tacto de tus dedos en mi piel. Aun así hay fotografías que consiguen condensar todas las emociones y plasmarlas exponiendo la felicidad y convirtiéndola en tangible. Hay personas que son capaces de capturar el alma de desconocidos y hacernos partícipes. Gracias por eternizar nuestra felicidad.


2. Conciertos.


Concierto en streaming de The Frishers



Concierto en el Artigiano Exeter de Junk star kids

La música inspira a las musas. Amansa a las fieras. Despierta nuestros instintos básicos. Primarios. Eriza la piel, hace que afloren las emociones. El tiempo se suspende en el aire. Es un abrazo intangible. Un susurro que te transporta a otro lugar, a otro momento. No sabría vivir sin música. La música en directo revitaliza. Aviva cenizas dormidas. Sin la música, simplemente, no habría esperanza.

3. Sobremesas intensas.





Fotografías: Fer Juaristi

Pocas cosas me gustan más que comer y conversar. Pasar horas y horas hablando alrededor de una mesa. Crea lazos. Es un ritual especial  y mágico que a los extranjeros les cuesta entender. Conversaciones extensas. Compartir impresiones. Una mesa bien puesta. Comida en abundancia. Quizás un buen vino. Risas aseguradas. Anécdotas memorables. Nada me recuerda más a casa que seguir saboreando de la compañía una vez la comida nos ha deleitado.

4.Cocinar. 






Para tener una sobremesa memorable primero hay que pasar primero por la cocina. Nada me relaja más que cocinar. Improvisar. Imaginar y crear. Mezclar texturas, colores y sabores. Dejarnos llevar. Sucumbir a la gastronomía. Que la gula haga su aparición estelar. Y dejemos que nuestro paladar acabe explotando en un intenso orgasmo de placer.

Nos leemos en junio. O quizás antes. Hasta la próxima ¡ser felices!

Lorena Burcat.



jueves, 29 de mayo de 2014

El calor del hogar.


Y saber que estamos observando la misma luna hace que la distancia se reduzca. Duela menos. Sangre en silencio.


Porque hacer las maletas siempre es agradable. Nuevos aires, nuevas caras, nuevas historias. Ilusiones envasadas al vacío. Sonrisas que despiertan las ganas de comerte el mundo. Sueños sin estrenar dispuestos a echar a volar.
Y sabes que al hogar siempre podrás volver. Que reconocer que nos extrañamos no nos hace más débiles. Saber que puedo contar contigo contribuye a seguir caminando. Aun con lágrimas humedeciendo las pupilas. Los recuerdos son los mejores acompañantes en la vida.

Pero hemos de vigilar. Que las historias pasadas sirvan para aprender, para valorar quien eres. Quien vas a llegar a ser. Pero que nunca obstaculicen. Que dejen entrar los rayos de sol. Que caliente el corazón. Porque si crecer es aprender a despedirse, nunca deberíamos despedirnos de nosotros mismos.

Que huir no es una opción. Que no podemos librarnos de nuestra sombra. Así que es mejor aprender a crear un hogar en nuestro interior. Pues estemos donde estemos sentiremos el amor incondicional de los de casa.

Por eso en días de tormenta me gusta saber que estaréis haciendo lo mismo que yo. Tumbados en el sofá, cubiertos con la manta , comiendo palomitas dulces y viendo cualquier película absurdamente romántica. Hay cosas que me hacen sentir con vosotros. Saber que no importa la distancia. Que las cosas buenas nunca cambian.



Gracias por estar ahí aun sin estarlo.


Os quiero.

Lorena Burcat.


miércoles, 28 de mayo de 2014

Fustiñana.








El color dorado del trigo. El gigante enamorado que aguarda nuestra llegada. Las rocosas montañas que servían de escondite a bandoleros fugitivos. Los molinos de viento que tanto y tan bien confundieron a Don Quijote de la Mancha. Paisajes fascinantes que aunque hace veintidós años que visito cada verano siempre consiguen encandilarme. La piscina municipal donde sofocar el calor asfixiante. Una compañía inmejorable. Primas pequeñas adorables. Lo siento, sigo siendo la mayor, aunque sea por cuatro meses. El Polo. No existe mejor lugar donde comprar chucherías. Aún recuerdo la bolsa gigante que nos preparaba Mari Tere con 200 pesetas. Entretenidas estábamos toda la tarde en la acera viendo el tiempo pasar.

Parece que fue ayer cuando corríamos los encierros a las ocho de la mañana. Previo caldito y cántico a San Justo y Pastor. Chocolate y churros a toneladas y vuelta a la cama. Parece que fue ayer y ya han pasado dos años. Hace tanto tiempo que  dejamos de reírnos a carcajadas perdidas en calles recónditas de un pueblo de Navarra que no me puedo creer que en dieciséis días sea el reencuentro. Volver a recuperar el tiempo olvidado.

Te extraño. Ambas sabemos cómo de especial es el pueblo para nosotras. Como la familia nos une. Y es que adoro formar parte de una GRAN familia. En mayúsculas. De las unidas, de las que a pesar de que vivamos en polos distintos hacemos lo posible e imposible por no perder el contacto.

Esta vez serán veinticuatro horas allí y un viaje de siete para llegar. Pero merecerá la pena. Esta vez es nuestro turno. Colocar nuestra fotografía de la graduación en el palmarés familiar. Pensé que no llegaría el día. No puedo contener la emoción al saber que te veo. En breves. En nada.

Siempre va bien tener un segundo hogar. Un lugar de escapatoria. Un sitio donde sabes que todo va a salir bien. Es necesario tener un plan B, incluso un plan Z. Para mí tu eres y siempre serás mi plan F.  No hay lugar donde hayamos sido más felices juntas. Mi infancia está construida a base de pelotas de la ludoteca, de autos de coche de la feria, de la charanga nocturna. De risas y confidencias.

Nunca está de más recordar de dónde venimos. Volver es como empezar de nuevo. Felicidad en estado puro.


Lorena Burcat.

martes, 27 de mayo de 2014

Fue un placer.


Lo di por hecho. Acepté que aunque aún no era algún día seria. Que mi realidad paralela no distaba tanto de la realidad plausible. Que eras todo lo que buscaba, lo que todavía no había descubierto que quería. Todo aquello que ansiaba, anhelaba y necesitaba.

Di por hecho que seguiríamos viéndonos. Día tras día. Algún día derribaríamos la muralla transparente que me empeñé en construir inconscientemente. Nos saltaríamos las barreras. Haríamos oídos sordos a las advertencias de inminente peligro. Enviaríamos al más allá todos nuestros miedos, los yo nunca, los para siempre.

Dar por hecho es errar. Porque por mucho que supongamos, simplemente son eso, suposiciones volátiles. Alterables. Asumamos que la vida puede cambiar por completo en tres minutos. Más que nada porque no podemos controlar el futuro. Sí que podemos definir aquello que queremos lograr. Podemos poner acción hacia nuestras metas. Pero nadie nos asegura cual será el resultado del siguiente paso.

Duele aprenderlo así. Hoy no sé si seré capaz de dormir. Puta incertidumbre. No saber si mañana volveré a verte. Sí me saludaras como siempre. Sí. Por fin, seré capaz de contestarte con algo más que monosílabos. Seguramente ayer fue el último día que te vi. El ultimo día que tuvimos para derribar nuestras inseguridades. Quizás lo que iba a ser  lo dejamos escapar. Nunca será. Todo por protegerme, por no creer que yo era capaz. Que juntos lo podíamos lograr.

Sí mañana te veo no te prometo que lo consiga. Que te hable. Que me lance. No soy de faltar a mi palabra. Así que mejor no prometeré en falso. Pero lo intentaré. Sin excusas, sin remordimientos. Sí ayer fue nuestra despedida fue bonito soñar contigo. Crear un nosotros en la ficción. Espero que sí  algún día encuentras a alguien que te haga quedarte sin palabras pero no sin voz. Que consiga que te tiemblen las piernas. Que  la mires y te pierdas. Sí eso te ocurre solo espero que esta vez tú seas capaz de lograrlo. De disparar primero. De acercarte. De construir un proyecto con vistas a un futuro en común.


Por si no te vuelvo a ver, hasta siempre. He aprendido la lección. A la próxima arriesgare hasta el corazón. Lo puedo perder. Pero quien no arriesga no gana. Espero que no sea un adiós, solo un hasta luego. Ha sido un placer descubrir contigo  el país de nunca jamás.


Lorena Burcat.

lunes, 26 de mayo de 2014

Punto y aparte.


Y pasadas media noche llega el momento de aceptar lo inaceptable. De dejar de negar lo evidente. No hay vuelta atrás. Una vez que se cae la venda de los ojos es inútil que los vuelvas a cerrar. Ya sabes que realidad te espera al abrirlos.

Malena creía que no era así. Que si no lo veía, no existía. Y así paso cada segundo de la noche sentada en su sofá destartalado y mirando al vacío existencial en el que se había convertido su ordenador apagado.Era inútil que se repitiera una y otra vez que era políticamente incorrecto. Que tenía un grave problema mental. Que nadie la entendería, empezando por ella misma.

A pesar de ya no ser una adolescente nunca había estado con un hombre. Si no contamos un par de besos fortuitos con un desconocido unas vacaciones de verano. Jamás había tenido pareja. Jamás un hombre la había tocado. Al menos consentidamente. Y pensándolo dos veces aquello no era un hombre. Pero, sin duda, nadie había conseguido hacerla sentirse mujer. Se seguía preguntando cómo era posible que siete años después aquel incidente cobrara un nuevo sentido. Como podía ser, que de repente, hubiese entendido el porqué exacto de aquel inestimable trauma.

Malena es una mujer, mujer. Con carácter, que tiene muy claro lo que quiere y lo que no. Jamás aceptaría que le pusieran una mano encima. Pero aquello... Aquel apartado ya era una nueva realidad. Una realidad con la que debería aprender a convivir.


( UN AÑO DESPUÉS)


Quizás odiemos las despedidas, incluso las bienvenidas. Pero, en ocasiones, de un pésimo principio se puede lograr la más bella historia de amor. La historia del amor propio.


Lorena Burcat.

viernes, 23 de mayo de 2014

Por nosotras.


De finales va la vida. De quemar etapas. Pasar de página. Perdonar y olvidar. Continuar. Reinventarse. Aprender a asombrarse constantemente. Porque sin nuevas ilusiones seremos incapaces de avanzar. Aprender que  hay despedidas forzadas. Que de una mala bienvenida también puede haber un buen final. Dicen que crecer es aprender a despedirse.

Hoy cierro un capitulo. Jamás he creído en las despedidas. Y aunque cuando una puerta se cierra otra se abre, que nadie se extrañe si algún día me marcho simplemente dando un portazo. Me duele decir adiós. Todavía no he aprendido a decir hasta luego. A menudo prefiero desaparecer y algún día mi ausencia se esfumará. Sin dramas. Sin explicaciones.

Hace 50 post empezó la aventura. Y no, no me marcho. Queda mucho por explicar, mucha guerra por dar. Simplemente ayer comprendí la importancia de aceptar un adiós. Aceptar que hemos quemado una etapa. Y lo más importante arriesgarse, aventurarse a el que vendrá.

Estoy preparada. Con las pilas cargadas. Y dispuesta a enfrentarme a los dieciséis con picardía. Por suerte esto no lo voy a hacer sola. Por si las fuerzas y el ánimo decaen. Por si la oscuridad nubla mis sueños. Por si algún día mi sonrisa le da por ausentarse. Para todo ello tengo remedio.

Creía que no era posible encontrar otra igual. Otra loca de la vida, con paradez crónica, de las que corre en contra dirección en cuanto aparece un probable. Tontunas. De las de risa estrepitosa, escandalosa. Que se note que somos felices. Que tenemos sangre. Si era difícil encontrar otra igual imaginaros toparos con tres.



Pero así es la vida. Maravillosa e impredecible. Intensa.

Así que hoy brindo porque sigamos quemando etapas con la misma actitud. Porque nos sigamos riendo de los problemas. Porque sigamos rencontrándonos en ciudades misteriosas. Porque encontremos un unicornio y decidamos quedarnos. Porque apostemos. Porque en cuanto lo hagamos, la victoria será nuestra. Qué coño, por nosotras. Que nos lo merecemos.

Quizás hoy esta melancólica y esta noche necesite una sobredosis de comida india y helado de chocolate. Quizás ni con una comedia absurda se me pase. Quizás sea por eso que todo lo que había escrito hoy no me servía. Quizás simplemente necesitaba deciros que os quiero. Hay tantos quizases que no me lo voy a plantear. Y que este va por vosotras. Porque no estamos tan mal. Porque pase lo que pase me enseñasteis que no estamos solas. 

Gracias por la oportunidad de aprender que aunque sola se puede recorrer el camino de los sueños, en compañía se llega más lejos. 

Lorena Burcat.


jueves, 22 de mayo de 2014

Escala de grises.



Sigo intentándolo. Sigo buscando la última pieza que le dé sentido al porque. Al porque estoy aquí refugiada en nuestra casa, tumbada en nuestra cama, pero tú no estás.

Sentir que las paredes se me caen encima. Que me falta el oxígeno. Que el tiempo no transcurre, que la vida se diluye como el hielo de mi vaso de whiskey. Temblar. Acojonarme por si no vuelves, por si nunca acabaste de llegar. Llorar hasta quedarme sin aire y buscarte a tientas para desahogarme como siempre. Nunca se nos dio bien hablar. Nuestras conversaciones se basaban en aullidos absurdos, diálogos de besugos. Si no fuera porque follar, follábamos hubiéramos sido dos desconocidos compartiendo techo. Follábamos mucho pero nuestra especialidad era fallarnos. Por ello  habíamos aprendido a conformarnos. A veces el amor duele. Duele olvidarse de uno mismo, anteponer principios y prioridades.

Tú eras de ver la vida en blanco y negro. Eras de extremos. De finales. De olvidar sin perdonar. De resignarse antes que arriesgarte. Yo era más de volar, de dejarme llevar. De aprender a soñar. Desaprender lo recorrido para volverme a sorprender.

 Un día nuestra línea empezó a tambalearse y decidimos, ciegamente y en silencio, dejar que el telón acabara de caer y así terminará la función. Supongo que escribo en pasado porque lo empiezo a asimilar. Un día prometiste que aunque tarde, llegarías. Ahora supongo que las promesas están para romperse.

Si hasta aquí hemos llegado, me parece bien. Aceptaré la derrota. Entenderé que desistas. No encontramos nuestro punto de conexión en nuestra particular escala de grises. Lo intenté y fracasé. Sé que jamás entenderás que fuera de las que prefiero quedarme en Madrid en pleno Agosto.  Ni que nos jugáramos el destino vacacional a piedra, papel o tijera. Hay historias que aunque han de ser no son. No llegan en el momento oportuno. No coinciden en el espacio, no se esmeran en buscar vistas a  un futuro en común.

Si algún día te da por acabar de entrar, tratar de entender, o simplemente ceder quizás ya no este. Quizás este, pero ausente. En la luna que un día prometiste bajar y ahí sigue recordándome cada noche lo que hubiera podido ser y no fue. Pero sí te da por encontrar un punto y seguido con vistas a algo más, llámame. Pero esta vez no prometas que todo saldrá bien. No sigas rompiendo tus palabras. Que esta vez sí algo has de romper sean los esquemas. Dejémonos llevar.


Lorena Burcat.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Va Piano.


Martina es diferente.Un poco ratón de laboratorio.  Un tanto bicho raro. Un desequilibrio de la naturaleza. Aunque quién sabe. Hoy en día se ve cada cosa…

Es una mujer de costumbres. De tradiciones absurdas y arraigadas que hacen de sus días un camino sin estructura. Sin cordura. Pero un hilo conductor de rareza amorosa. Le encanta ir a restaurantes. Pedir una coca cola con doble de limón y extra de hielo y pasarse horas mirando a desconocidos comer. Ya sé lo que debéis estar pensando, pero, ella siempre dice que ver a uno como come es la mejor manera de conocerlo. Quizás no esté tan equivocada.

Aquél días había decidido jugar en Va piano. Un restaurante muy chic, muy cool. Un restaurante muy de moda, de precio irrazonable y ambiente distendido. De esos que vas a ver y que te vean. Si no has estado, no existes. Triste. Cierto. Nadie dijo que las modas de las grandes ciudades tuvieran sentido alguno.

Sentada con un minivestido negro se pasó cuarenta y cinco extensos e intensos minutos perdida viendo a trece esculturales hombres cocinar todo tipo de pastas, pizzas y salsas. Un espectáculo digno de admirar. La comida era fascinantemente buena, aunque nadie reparara realmente en ella tras babear cual quinceañera por quien te lo estaba preparando. La situación solo hubiera mejorado si todo hubiese ocurrido en su ático de South Kensington.

Seguía sentada sola. Aunque el restaurante ofrecía experiencias gastronómicas y visuales orgásmicas ella ansiaba hallar algo más. Saborear las delicias pasajeras de la vida. Encontrarse por descarte en brazos ajenos.

Tras ese paréntesis levanto los ojos y antes de posar sus carnosos labios sobre el vaso y dar el siguiente sorbo su mirada se cruzó con él. Había llegado el momento. Y sin querer evitarlo se vio arrojada a dar el siguiente paso.

Así lo conoció. Forzando un poco el destino. Construyendo el siguiente escalón. Allí estaba el, deleitándose con un plato de pasta "Filetto di manzo e rucola" con extra de parmesano. Era imposible no fijarse en sus voluptuosos labios manchados. Un paraíso perfecto para quedarse en ellos. Una mandíbula marcada. Una nariz singular. Tras ello, su perdición. Unos ojos fríos, grises, tristes.Una mirada con historia propia. Con nombre y apellidos. Que escondían un oscuro secreto. Un secreto que ansiaba por descubrir. Un nuevo horizonte se le revelo.

Tenía que cumplir su cometido y despejar la ecuación. Despertar la curiosidad por el que pasará. Adueñarse de su felicidad. Todo para que dentro de un tiempo la siguiente no la pudiera superar. Todo por necesitar a otros para sentirse menos sola. Todo porque ella misma no se quería querer.


A veces deberíamos controlar lo que deseamos. Se puede hacer realidad.

Lorena Burcat.

martes, 20 de mayo de 2014

Verano del 99.


Miraba al vacío concentrada en poder mover la pared. En conseguir que se abalanzara sobre ella, que la sepultara por unos instantes mientras el amor de su adolescencia, su primer amor, cruzaba de acera y se dirigía divertido hasta la cafetería.

Desde el ventanal contemplaba su cara de ángel caído, esa piel tostada y marcada. Los tatuajes que contaban sus batallas, sus días, sus victorias. Aquellos que servían de mapa para la rendición. La perdición estaba asegurada en su espalda. Sus piernas eran dos columnas griegas que sujetaban una inmaculada obra. Arte en movimiento.

De repente todo se volvió pequeño, diminuto. Cada vez estaba más cerca, hacia más calor, el pulso se le disparó. No había vuelta atrás. Tras catorce años huyendo de los recuerdos de aquella noche de verano todo había vuelto. Algún día había de volver a casa en verano y ya se sabe, los pueblos son pequeños. Tarde o temprano el momento iba a llegar.

A pesar del tiempo trascurrido la intensidad no había decaído. Recordaba aquella tórrida noche de abrazos y besos. Amagos de algo más. De mucho más. Promesas congeladas. Frases inacabadas y esperanzas de una quinceañera que florecían. Y aunque todas se empeñaran al día siguiente de que él no cumpliría su palabra de llevarle a la verbena esa noche ella seguía creyendo que todo era posible. Que el amor era probable. Así que sabía que sí el la miraba de nuevo se derretiría. No podría articular palabra. Tendría que sentarse hasta que las piernas le dejaran de temblar.

El semáforo se puso en verde. Acabó de cruzar la calle y se quedó contemplando embelesado la cristalera. ¿Le habría reconocido? Como si de la respuesta a esa pregunta no formulada se tratara el movió la cabeza y guiño el ojo a aquella atractiva desconocida que le provocaba sudores fríos y ganas de perderse con ella en el chiringuito de Pepito. Si fuera Julio, sería la elegida.

Se giró, mientras ella seguía hipnotizada por su sonrisa y se quedó de pie, apoyado al poste de la parada del autobús. Subió al número 94 y se esfumó. De nuevo. Como hacía media vida. Para que cambiar de costumbres.

Por suerte para Carmen hizo lo que mejor sabía, desaparecer. Por suerte no se enteró de que estaba casado, esperando el segundo hijo. Seguía engañando a su mujer cada verano con una distinta. Mejor que no le preguntara porque él la habría culpado. Ella fue su primer amor de verano, y aunque entonces ya estaba con Cristina no pudo evitar caer en la tentación. Y a partir de ahí quedó inaugurada la tradición. Cada verano hacia lo mismo. Evitando estancarse. Intentando encontrar su alma soñadora entre las piernas de desconocidas.


Todo porque un día no quiso elegir. Se quedó con la comodidad. Se conformó con la estabilidad. Todo por la facilidad de la seguridad. Todo, porque un día decidió no actuar. Para que en la vida las aventuras ocurran hay que saber arriesgar y apostar por la felicidad.

Lorena Burcat.

lunes, 19 de mayo de 2014

Amy.


La intensa jornada laboral había acabado. Por fin había enviado el último email a un cliente molesto e inconformista. Trabajar fuera de la oficina era fantástico. Aquel bar se había convertido como su segunda casa. Un santuario. Sabía que algún día  encontraría la inspiración  entre esas cuatro paredes para su guión. Y entonces dejaría de hacer reportajes absurdos a personas empeñadas en demostrar su felicidad en un trozo de cartón. Algún día, pensó. Cerro el portátil y se dirigió con paso ligero hacia la puerta.

Entonces apareció ella. Una entrada de película. Se le secó la boca, el pulso se aceleró. Olía a lavanda, al café de los domingos, a orgasmos un jueves a media tarde, a estaciones perdidas, a futuro. Y decidió regresar. Volver a sentarse y pedir un café más. O dos, ¿Qué daño podía hacer?

A tres metros de distancia estaba sentada la diosa rubia. A pesar de que solo habían pasado dos minutos ya se la había adueñado. Había mirado al resto de hombres del bar advirtiéndoles que era suya, que no mearan en territorio ajeno. Decidió pedir un bocadillo. Aquella aparición de piernas quilométricas le había abierto el apetito. De momento se saciaría con un tentempié, seguro que si ella era el postre valdría la pena esperar.

Amy, llamémosla Amy. Era simpática y desenfadada. Natural. De esas mujeres que son lo que son, que no se avergüenzan, que sí quieren que la juzguen. Segura y decidida. La aventura perfecta para arriesgar y acceder a salir herido de por vida. Era de esas mujeres que marcan, de las que no olvidas. De las que aunque pase el tiempo ella siempre será más.

Y entonces lo hizo, fue un poco más allá de lo que la imaginación de él le habría permitido, por aquello de conservar un punto de cordura, y  sacó a pasear a Bukowski. Dando el primer sorbo a su smoothie de zanahoria y limón se sumergió en una aventura aislándose del resto.

Mientras más aislaba más ansiaba Jon sumergirse en ella. Esclarecer sus dudas, dudar de sus principios, escribir nuevos “yo nunca”, trazar el mapa de huida en su cintura, aprender cada poro de su piel y desaprenderlo al siguiente amanecer para seguir sorprendiéndose de por vida. Mientras más se imaginaba que era la mujer de su vida más ella devoraba sin piedad las palabras de aquel escritor que hacía que enloqueciera.

Pasaron las horas, y él seguía comiéndosela con la mirada. Ella seguía esperando la llamada que la salvara. A las siete y cuarto, cuando Jon perdido en el tiempo observaba absorto a aquella delicia improbable ella se cansó de esperar y decidió salir a encontrar. Dejar de buscar, apostar.

Amy no recibió la llamada. Jon quiso, pero no supo donde llamar. Pero hay historias que no se merecen final.

Aun, ninguno de los dos lo sabe. Pero lo que no creían que iban a encontrar, lo hallaron en aquel bar. Y aunque se fueron en direcciones opuestas se les olvido que todo en la vida vuelve. Ninguno sabe que esta noche se volverán a encontrar. Y entonces Jon entenderá que la musa que buscaba ni era rubia ni descarada. Pero si la única capaz de inspirar el guion de la mejor película que jamás podría escribir.


 La de su vida.

Lorena Burcat.

viernes, 16 de mayo de 2014

23.



La vida consiste en elegir.



Poner al mal tiempo, buena compañía.


Ilusionarse con cada nuevo trayecto.


Viajar y encontrar tu identidad por contraste.


Descubrir tesoros olvidados.


Y compartir. Porque compartir, es vivir dos veces.



Un día nos despertamos y como si fuera por arte de magia aparece alguien que ayuda a que sigamos con nuestro legado. Alguien que resucita una parte olvidada de nuestra infancia. Cuesta, es difícil encontrar personas que marquen sin apenas conocer. Tener la sensación de que llevas media vida en su compañía. Y la certeza de que aunque la vida pasa y nos transforma la lección servirá hasta la eternidad. Es en los pequeños matices donde residen los valores de los grandes. Y tú, sin duda, lo eres mucho.

Quizás y solo quizás seamos demasiado. Algún ingles que otro estaría de acuerdo en afirmar que lo nuestro no es normal. Desmesurada y descaradas. Nuestra risa resuena en las calles lluviosas encendiendo ilusiones encerradas. Porque un día sin reír, es un día sin vivir. Contigo cada día vale.

Todo suma, to cuesta, todo pesa. Y no es una carga. Es un kit de primeros auxilios en caso de no encontrar el plan Z que habíamos preparado por si los sueños caían. La huida no es una opción. A contracorriente se puede vivir. Deberíamos vivir con la tranquilidad de poder decir que los días y las noches marcan. El tiempo no es oro, es vida. Y esta es la nuestra. Escribamos nuestros propios pasos y desaprendamos todo aquello que se puede convertir en obstáculo. Aprendamos a desaprender porque de nada sirve si nos frena ante nuevas alternativas.

La vida va avanzando entre las miles de historias de ciudades que nunca descansan. La fortaleza de uno reside en la capacidad de adaptación. De aceptación. Pero sin resignarse. Hay que aprender que las constantes vitales varían y que eso demuestra que todo sirve. 

Hacer trampas, saltarnos algún escalón. No todo vale por llegar a la cima, pero que no nos engañen. Nuestros sueños son la prioridad. En el camino aprenderemos que la única manera de alcanzarlos es compartirlos. Cada persona, aunque no lo parezca, tiene una lección que darnos. Cada día se aprende. El día que no aprendamos, mejoremos. El día que no tengamos más proyectos que recuerdos, siento decirte que ese día habremos muerto un poco más en vida.

La magia ocurre cuando dejamos llevarnos. Desconectar y aprender a bailar al filo del atardecer. Por las etapas vividas y por las que vendrán. Porque podamos seguir contando con nosotras mismas.


Aprendamos que lo que cuenta es lo que marca. Aquello a que le damos el valor para que continúe a nuestro lado. Aquello que aunque pasemos de página siga viajando capitulo tras capitulo. Nunca sabremos cual es nuestra parada. Si seguiremos hasta al final juntas, si alguna de las dos bajara primero o si decidiremos cambiar de vagón en plena marcha. Sea como sea disfrutemos del ahora.

Gracias por enseñarme el valor de ser una misma. Soy una afortunada por haberte encontrado. Porque mañana descubramos un nuevo paso hacia nuestros sueños. Por las ilusiones. Porque dejemos a correr en dirección contraria. Por tus 23.

Te quiero,








Lorena  Burriel Catalán.

jueves, 15 de mayo de 2014

Blanca.


Era pasada media noche cuando cerró despacito la puerta trasera de la cocina y se enfiló por el diminuto camino hasta llegar a la avenida principal. En tan solo unos metros la realidad cambiaba asombrosamente. De las sombras en las que estaba sumido su piso a las luces resplandecientes de la ciudad candente.

No tenía un destino preestablecido. Simplemente necesitaba vagar solitaria sin rumbo fijo. Hallar aquello que ni tan siquiera sabía que buscaba. Encontrar en ojos desconocidos los que otros rompieron. Una inocencia desolada a temprana edad.  Una adolescencia que, a priori, parecía que jamás llegaría.

Necesitaba dormir en el cielo. Él le había prometido  la luna y aunque fuera a tientas no iba a desistir por cumplir aquella promesa infantil que tanto le marcó. Cada mañana corría a su cama para ver si por fin había conseguido bajarla. Por eso y aunque fuera lo último que pudiera contar, lo conseguiría.

Tras deambular soñolienta por las repletas calles de sueños truncados diviso su cometido. Sabía que aun sin saber entendería a por lo que había salido a encontrar. Entre los edificios surgía como si fuera la octava maravilla del mundo. Simple, fuerte, hermética.

Corrió sin mirar atrás. Ansiaba por llegar. Y una vez la tuvo delante, escaló. Escaló hasta llegar a la cima. Hasta poder sentarse y mirar decidida al vacío. Y allí se encontraba ella. Subida a una grúa de 43 metros de altura rozó su sueño. Abrazó la luna. Así fue como entendió la existencia de la oscuridad.


Nunca se había sentido tan viva. Desde las alturas todo se ve desde otra perspectiva. 

Lorena Burcat.

miércoles, 14 de mayo de 2014

SOMOS


Somos aquel libro que olvidamos en el asiento del autobús 94 de Londres. Lo que no olvidamos en aquella ruta fue la intensa mirada del chico de atrás. Su sonrisa profident. Su reflejo en el cristal congelado que eclipsaba la nocturnidad de la ciudad.

 El perro imaginario que teníamos porque mama decía que cuando tuviéramos nuestra propia casa ya haríamos lo que quisiéramos. El pato que la tía nos compró como compensación. No sé qué le molesto más a  papá si acabar teniendo mascota o que Lucas fuera nuestro favorito y el pasara a un segundo plano durante unos meses. Sé que no nos lo tiene en cuenta. Solo teníamos cinco años. De hecho Carlos ni estaba, tras su nacimiento el paso a ser el numero uno y aun nadie le ha quitado el puesto. Hace ya diecisiete años que ambos comparten pódium.

Somos aquella redacción sobre la mágica relación entre un pez y la luna que nunca entregamos en aquel concurso de 6º de primaria. Quizás hubiéramos ganado y ahora seríamos igual pero con un premio más. Quizás hubiéramos perdido y hubiéramos desistido en el camino de ser escritores. Enigmas que quedaron sin resolver. Aprendimos a no preguntar por aquello de lo que no estamos seguros de querer saber la respuesta.

Somos aquella sonrisa enigmática del chico de lila. Aquella cara de boba. Somos las flores que nos regalaron nuestras amigas para los dieciocho. Solo duraron dos semanas. Pero en nuestra retina seguirá grabado su olor. Aquella noche de verano en una cala de Blanes. Aquella brisa marina que erizaba la piel. Gracias a la que recibimos su primer abrazo. También fue el último. Pero nunca conseguimos olvidarnos del italiano que nos encandilo a los quince.


Somos todo lo que hemos vivido. Lo que está por llegar. Somos todas las partículas. Los recuerdos que completan nuestra vida. Los instantes que alumbran cuales luciérnagas nuestras tinieblas. Somos todo aquello que queremos ser. Porque en la vida todo depende del cómo. Y el cómo, solo depende de mí. 

Lorena Burcat.

martes, 13 de mayo de 2014

Improbable, no imposible.


A veces vivimos historias que creemos únicas. Y cuando la función acaba todo se viene abajo. No hay hoja siguiente en la que seguir escribiendo porque sentimos que se acabó el libro. Todo es oscuro. Un túnel sin salida. Y así se lo hacemos saber al mundo. Día tras día. Sin darnos la oportunidad de seguir caminando. Nunca se sabe que podemos encontrar al girar la esquina.

Deberíamos hacer como al final de las películas. Cuando la cámara se aleja y la ciudad se queda suspendida en medio de las emociones provocada por una historia irrepetible. Improbable, pero no imposible.  En ese instante es cuando caemos en un pequeño detalle. Minúsculo. La historia que acabamos de vivir resulta ser un simple punto luminoso en medio del bullicio frenético de una ciudad que nunca descansa.

Porque si somos capaces de dar la perspectiva necesaria la vida cobra otro sentido. Quizás no queramos darnos cuenta de lo sencillo que es llamar a la puerta de enfrente, de devolver la sonrisa al camarero con el que sueñas. O descolgar una llamada al que, seguramente, será el peor polvo de tu vida.   Todo son suposiciones.  Jamás descubriremos sí el vecino del 6C desayuna café o cuantos lunares tiene en la espalda. Porque nada pasara si no eres capaz de dar un paso más.

No son necesarias estrategias, ni planes dignos de la CIA. Simplemente empecemos por obviar que es difícil. Que no está disponible. Porque si fraccionamos aquello que nos propongamos todo está a nuestro alcance. Solo hay que dejarse llevar y provocar la casualidad necesaria para conocer cuál será el siguiente capítulo.


Porque como en cualquier comedia romántica, solo depende de nosotros crear la oportunidad que andábamos buscando. Quien busca encuentra. Solo nuestra actitud determina nuestra altitud. 

Lorena Burcat.

lunes, 12 de mayo de 2014

HUNTER.


A la caza de un sueño improbable salimos esa noche. Preparadas, seguras de nuestra misión, decididas a dar con nuestro objetivo. Leonas a punto de atrapar a su presa y no dejarla escapar. Al menos no hasta que volviera a salir el sol.

Londres fue el escenario de una película de acción. Estábamos dispuestas a cazar estrellas. A olvidarnos de los miedos por unas horas y salir a arriesgarlo todo. A jugarlo todo “all in”. Sin vuelta atrás nos dirigimos con paso firme a Cranberry. No hay otro sitio posible para olvidar lo que estábamos dispuesta a empezar.

Las calles repletas de postadolescentes buscando una oportunidad para tener una noche de lujuria y desenfreno. No había escapatoria. Ni teníamos ninguna intención de buscar un plan B. Sabíamos  a lo que íbamos e íbamos a por todas. O, al menos, así nos sentíamos.

Siempre digo que lo mejor ocurre a partir de medianoche. Y no me equivoqué. Quizás conseguimos nuestro objetivo. Quizás acabamos siendo la presa de algún cazador nocturno. Ya se sabe, el cazador cazado. Quizás recibimos la invitación a una rave ilegal en un suburbio londinense o algún que otro unicornio nocturno traspuesto intento que viéramos las estrellas gracias a su ingenio. Pero no seré yo quien revele el secreto de aquella noche. Dejad volar vuestra imaginación.

Eso sí, aprendí una gran lección. En buena compañía se puede lograr alcanzar la luna sin moverse de la barra del bar. Todo es posible sí se sabe dar con la tecla adecuada.  Cualquier noche buena se puede convertir en inolvidable. Para ello es necesario reírse hasta olvidar el porqué de tanta felicidad.


Porque la locura colectiva es contagiosa. Y aquel fin de semana solo importaba dejarnos llevar. Fue memorable, sin duda. Recuerdos como estos hacen que hoy continuar sea un poco más fácil. Gracias.

Lorena Burcat.

viernes, 9 de mayo de 2014

Londres.


Las manecillas del reloj seguían avanzando. Los latidos se aceleraron y la respiración se entrecortó. Nunca creí en las casualidades hasta que te vi.

Te encontré de pie, apoyado en la esquina de Elizabeth St con Buckingham Palace Rd a las diez y media de la noche un 9 de mayo de un año cualquiera. La mirada perdida y las manos en los bolsillos. No creía que Londres podría sorprenderme a estas alturas. Me equivocaba.

Me equivocaría cada día si el resultado de tal fallo fuera encontrarme de nuevo contigo. Fueron solo unos minutos pero cuando nuestras miradas se cruzaron el ambiente se caldeo y la magia hizo su aparición estelar.

Valentía. Picardía. Eso fue lo que me falto para acercarme y decirte mi nombre. O simplemente darte un papel con mi número de teléfono. Quizás te atrevieras a llamarme. Quedáramos y escapáramos durante dos días de la presión de la rutina por las lluviosas calles londinenses. Sin nombres, sin ataduras. Así sería más fácil para los dos. Un fin de semana, una aventura clandestina y dos desconocidos. Suena realmente apetecible.

 Siempre llega el domingo y con él las despedidas. Como las odio. El marcador se pondría a cero de nuevo. Y con ello debería llegar el olvido para no acabar trastornada por los recuerdos idílicos de 48 horas de desenfreno. Deberíamos ser capaces de arriesgar. Solo así seriamos conscientes de lo que somos capaces. De cuantos amaneceres podemos permanecer unidos.

¿Sabes lo curioso de todo esto? Es que aún no te he conocido. Aún faltan tres horas para embarcarme rumbo a Londres. A las diez y veinte llego. Lo digo por si te apetece. Esta vez prometo dejarme llevar. Lo bueno aún está por llegar. Lo prometo.


Lorena Burcat.

jueves, 8 de mayo de 2014

Nos lo debemos.


A veces nos ofuscamos tratando de abrir una puerta cerrada. De continuar por un camino sin salida. Un callejón sin retorno. Nuestra creencia es tan grande que somos incapaces de replantearnos que es lo que podría llegar a  valer lo suficiente como para continuar intentándolo hasta la extenuación.

Creer que algo no es para nosotros no justifica que nos cerremos en banda. Que debamos olvidar. Darnos por perdidos. A veces encontramos algo tan, tan bueno que somos incapaz de aceptar que es nuestra oportunidad.

Por eso preferimos seguir intentándolo con imposibles. Con puertas que no se abrirán. Y que sí algún día, por casualidad, se abrieran  lo único que encontraríamos sería una habitación vacía. A veces no creer en nuestras posibilidades hace que perdamos trenes realmente fascinantes.

Así que cuando encontremos una puerta cerrada quizás deberíamos buscar una ventana por la que salir. Porque la probabilidad de encontrar es proporcional a la ilusión con la que buscamos.

Sin riesgo no hay aventura. Y aunque sea cedámonos un fin de semana para no pensar. Para volar y derrumbar los muros de contención. 48 horas. Estoy convencida que si decidimos olvidarnos del tiempo perdido y bailamos encontraremos el improbable más satisfactorio jamás soñado.


Nos lo debemos.  Solo es necesario un instante para rozar la eternidad. 

Lorena Burcat.