miércoles, 21 de mayo de 2014

Va Piano.


Martina es diferente.Un poco ratón de laboratorio.  Un tanto bicho raro. Un desequilibrio de la naturaleza. Aunque quién sabe. Hoy en día se ve cada cosa…

Es una mujer de costumbres. De tradiciones absurdas y arraigadas que hacen de sus días un camino sin estructura. Sin cordura. Pero un hilo conductor de rareza amorosa. Le encanta ir a restaurantes. Pedir una coca cola con doble de limón y extra de hielo y pasarse horas mirando a desconocidos comer. Ya sé lo que debéis estar pensando, pero, ella siempre dice que ver a uno como come es la mejor manera de conocerlo. Quizás no esté tan equivocada.

Aquél días había decidido jugar en Va piano. Un restaurante muy chic, muy cool. Un restaurante muy de moda, de precio irrazonable y ambiente distendido. De esos que vas a ver y que te vean. Si no has estado, no existes. Triste. Cierto. Nadie dijo que las modas de las grandes ciudades tuvieran sentido alguno.

Sentada con un minivestido negro se pasó cuarenta y cinco extensos e intensos minutos perdida viendo a trece esculturales hombres cocinar todo tipo de pastas, pizzas y salsas. Un espectáculo digno de admirar. La comida era fascinantemente buena, aunque nadie reparara realmente en ella tras babear cual quinceañera por quien te lo estaba preparando. La situación solo hubiera mejorado si todo hubiese ocurrido en su ático de South Kensington.

Seguía sentada sola. Aunque el restaurante ofrecía experiencias gastronómicas y visuales orgásmicas ella ansiaba hallar algo más. Saborear las delicias pasajeras de la vida. Encontrarse por descarte en brazos ajenos.

Tras ese paréntesis levanto los ojos y antes de posar sus carnosos labios sobre el vaso y dar el siguiente sorbo su mirada se cruzó con él. Había llegado el momento. Y sin querer evitarlo se vio arrojada a dar el siguiente paso.

Así lo conoció. Forzando un poco el destino. Construyendo el siguiente escalón. Allí estaba el, deleitándose con un plato de pasta "Filetto di manzo e rucola" con extra de parmesano. Era imposible no fijarse en sus voluptuosos labios manchados. Un paraíso perfecto para quedarse en ellos. Una mandíbula marcada. Una nariz singular. Tras ello, su perdición. Unos ojos fríos, grises, tristes.Una mirada con historia propia. Con nombre y apellidos. Que escondían un oscuro secreto. Un secreto que ansiaba por descubrir. Un nuevo horizonte se le revelo.

Tenía que cumplir su cometido y despejar la ecuación. Despertar la curiosidad por el que pasará. Adueñarse de su felicidad. Todo para que dentro de un tiempo la siguiente no la pudiera superar. Todo por necesitar a otros para sentirse menos sola. Todo porque ella misma no se quería querer.


A veces deberíamos controlar lo que deseamos. Se puede hacer realidad.

Lorena Burcat.

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