Martina es diferente.Un poco ratón de laboratorio. Un tanto bicho raro. Un desequilibrio de la naturaleza. Aunque quién sabe. Hoy en día se ve cada cosa…
Es una mujer de costumbres. De tradiciones absurdas y
arraigadas que hacen de sus días un camino sin estructura. Sin cordura. Pero un
hilo conductor de rareza amorosa. Le encanta ir a restaurantes. Pedir una
coca cola con doble de limón y extra de hielo y pasarse horas mirando
a desconocidos comer. Ya sé lo que debéis estar pensando, pero, ella siempre dice que
ver a uno como come es la mejor manera de conocerlo. Quizás no esté tan
equivocada.
Aquél días había decidido jugar en Va piano. Un restaurante muy chic, muy cool. Un restaurante muy de moda, de precio irrazonable y ambiente distendido. De esos que vas a ver y que te vean. Si no has
estado, no existes. Triste. Cierto. Nadie dijo que las modas de las grandes
ciudades tuvieran sentido alguno.
Sentada con un minivestido negro se pasó cuarenta y
cinco extensos e intensos minutos perdida viendo a trece esculturales
hombres cocinar todo tipo de pastas, pizzas y salsas.
Un espectáculo digno de admirar. La comida era fascinantemente buena,
aunque nadie reparara realmente en ella tras babear cual quinceañera por quien
te lo estaba preparando. La situación solo hubiera mejorado si todo hubiese
ocurrido en su ático de South Kensington.
Seguía sentada sola. Aunque el restaurante ofrecía
experiencias gastronómicas y visuales orgásmicas ella ansiaba hallar algo más. Saborear las delicias pasajeras de la vida. Encontrarse
por descarte en brazos ajenos.
Tras ese paréntesis levanto
los ojos y antes de posar sus carnosos labios sobre el vaso y dar el
siguiente sorbo su mirada se cruzó con él. Había llegado el momento. Y
sin querer evitarlo se vio arrojada a dar el siguiente paso.
Así lo conoció. Forzando un poco el destino.
Construyendo el siguiente escalón. Allí estaba el, deleitándose con
un plato de pasta "Filetto di manzo e rucola" con extra de parmesano.
Era imposible no fijarse en sus voluptuosos labios manchados.
Un paraíso perfecto para quedarse en ellos. Una mandíbula
marcada. Una nariz singular. Tras ello, su perdición. Unos
ojos fríos, grises, tristes.Una mirada con historia propia. Con nombre
y apellidos. Que escondían un oscuro secreto. Un secreto que ansiaba por
descubrir. Un nuevo horizonte se le revelo.
Tenía que cumplir su cometido y despejar la ecuación.
Despertar la curiosidad por el que pasará. Adueñarse de su felicidad. Todo para
que dentro de un tiempo la siguiente no la pudiera superar. Todo por necesitar a otros para sentirse menos sola. Todo porque ella
misma no se quería querer.
A veces deberíamos controlar lo que deseamos. Se puede
hacer realidad.
Lorena Burcat.
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