Somos aquel libro que olvidamos
en el asiento del autobús 94 de Londres. Lo que no olvidamos en aquella ruta
fue la intensa mirada del chico de atrás. Su sonrisa profident. Su reflejo en
el cristal congelado que eclipsaba la nocturnidad de la ciudad.
El perro imaginario que teníamos porque mama decía
que cuando tuviéramos nuestra propia casa ya haríamos lo que quisiéramos. El
pato que la tía nos compró como compensación. No sé qué le molesto más a papá si acabar teniendo mascota o que Lucas
fuera nuestro favorito y el pasara a un segundo plano durante unos meses. Sé
que no nos lo tiene en cuenta. Solo teníamos cinco años. De hecho Carlos ni
estaba, tras su nacimiento el paso a ser el numero uno y aun nadie le ha
quitado el puesto. Hace ya diecisiete años que ambos comparten pódium.
Somos aquella redacción sobre la mágica
relación entre un pez y la luna que nunca entregamos en aquel concurso de 6º de
primaria. Quizás hubiéramos ganado y ahora seríamos igual pero con un premio
más. Quizás hubiéramos perdido y hubiéramos desistido en el camino de ser
escritores. Enigmas que quedaron sin resolver. Aprendimos a no preguntar por
aquello de lo que no estamos seguros de querer saber la respuesta.
Somos aquella sonrisa enigmática
del chico de lila. Aquella cara de boba. Somos las flores que nos regalaron nuestras
amigas para los dieciocho. Solo duraron dos semanas. Pero en nuestra retina seguirá
grabado su olor. Aquella noche de verano en una cala de Blanes. Aquella brisa
marina que erizaba la piel. Gracias a la que recibimos su primer abrazo. También
fue el último. Pero nunca conseguimos olvidarnos del italiano que nos encandilo
a los quince.
Somos todo lo que hemos vivido. Lo
que está por llegar. Somos todas las partículas. Los recuerdos que completan
nuestra vida. Los instantes que alumbran cuales luciérnagas nuestras tinieblas.
Somos todo aquello que queremos ser. Porque en la vida todo depende del cómo. Y
el cómo, solo depende de mí.
Lorena Burcat.
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