A la caza de un sueño improbable salimos
esa noche. Preparadas, seguras de nuestra misión, decididas a dar con nuestro
objetivo. Leonas a punto de atrapar a su presa y no dejarla escapar. Al menos no
hasta que volviera a salir el sol.
Londres fue el escenario de una película
de acción. Estábamos dispuestas a cazar estrellas. A olvidarnos de los miedos
por unas horas y salir a arriesgarlo todo. A jugarlo todo “all in”. Sin vuelta atrás
nos dirigimos con paso firme a Cranberry. No hay otro sitio posible para
olvidar lo que estábamos dispuesta a empezar.
Las calles repletas de
postadolescentes buscando una oportunidad para tener una noche de lujuria y
desenfreno. No había escapatoria. Ni teníamos ninguna intención de buscar un
plan B. Sabíamos a lo que íbamos e íbamos
a por todas. O, al menos, así nos sentíamos.
Siempre digo que lo mejor ocurre
a partir de medianoche. Y no me equivoqué. Quizás conseguimos nuestro objetivo.
Quizás acabamos siendo la presa de algún cazador nocturno. Ya se sabe, el
cazador cazado. Quizás recibimos la invitación a una rave ilegal en un suburbio
londinense o algún que otro unicornio nocturno traspuesto intento que viéramos
las estrellas gracias a su ingenio. Pero no seré yo quien revele el secreto de
aquella noche. Dejad volar vuestra imaginación.
Eso sí, aprendí una gran lección.
En buena compañía se puede lograr alcanzar la luna sin moverse de la barra del
bar. Todo es posible sí se sabe dar con la tecla adecuada. Cualquier noche buena se puede convertir en
inolvidable. Para ello es necesario reírse hasta olvidar el porqué de tanta
felicidad.
Porque la locura colectiva es
contagiosa. Y aquel fin de semana solo importaba dejarnos llevar. Fue
memorable, sin duda. Recuerdos como estos hacen que hoy continuar sea un poco
más fácil. Gracias.
Lorena Burcat.
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