Era pasada media noche cuando cerró
despacito la puerta trasera de la cocina y se enfiló por el diminuto camino
hasta llegar a la avenida principal. En tan solo unos metros la realidad
cambiaba asombrosamente. De las sombras en las que estaba sumido su piso a las
luces resplandecientes de la ciudad candente.
No tenía un destino
preestablecido. Simplemente necesitaba vagar solitaria sin rumbo fijo. Hallar
aquello que ni tan siquiera sabía que buscaba. Encontrar en ojos desconocidos
los que otros rompieron. Una inocencia desolada a temprana edad. Una adolescencia que, a priori, parecía que
jamás llegaría.
Necesitaba dormir en el cielo. Él
le había prometido la luna y aunque
fuera a tientas no iba a desistir por cumplir aquella promesa infantil que
tanto le marcó. Cada mañana corría a su cama para ver si por fin había conseguido
bajarla. Por eso y aunque fuera lo último que pudiera contar, lo conseguiría.
Tras deambular soñolienta por las
repletas calles de sueños truncados diviso su cometido. Sabía que aun sin saber
entendería a por lo que había salido a encontrar. Entre los edificios surgía
como si fuera la octava maravilla del mundo. Simple, fuerte, hermética.
Corrió sin mirar atrás. Ansiaba
por llegar. Y una vez la tuvo delante, escaló. Escaló hasta llegar a la cima.
Hasta poder sentarse y mirar decidida al vacío. Y allí se encontraba ella.
Subida a una grúa de 43 metros de altura rozó su sueño. Abrazó la luna. Así fue
como entendió la existencia de la oscuridad.
Nunca se había sentido tan viva. Desde
las alturas todo se ve desde otra perspectiva.
Lorena Burcat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario