jueves, 15 de mayo de 2014

Blanca.


Era pasada media noche cuando cerró despacito la puerta trasera de la cocina y se enfiló por el diminuto camino hasta llegar a la avenida principal. En tan solo unos metros la realidad cambiaba asombrosamente. De las sombras en las que estaba sumido su piso a las luces resplandecientes de la ciudad candente.

No tenía un destino preestablecido. Simplemente necesitaba vagar solitaria sin rumbo fijo. Hallar aquello que ni tan siquiera sabía que buscaba. Encontrar en ojos desconocidos los que otros rompieron. Una inocencia desolada a temprana edad.  Una adolescencia que, a priori, parecía que jamás llegaría.

Necesitaba dormir en el cielo. Él le había prometido  la luna y aunque fuera a tientas no iba a desistir por cumplir aquella promesa infantil que tanto le marcó. Cada mañana corría a su cama para ver si por fin había conseguido bajarla. Por eso y aunque fuera lo último que pudiera contar, lo conseguiría.

Tras deambular soñolienta por las repletas calles de sueños truncados diviso su cometido. Sabía que aun sin saber entendería a por lo que había salido a encontrar. Entre los edificios surgía como si fuera la octava maravilla del mundo. Simple, fuerte, hermética.

Corrió sin mirar atrás. Ansiaba por llegar. Y una vez la tuvo delante, escaló. Escaló hasta llegar a la cima. Hasta poder sentarse y mirar decidida al vacío. Y allí se encontraba ella. Subida a una grúa de 43 metros de altura rozó su sueño. Abrazó la luna. Así fue como entendió la existencia de la oscuridad.


Nunca se había sentido tan viva. Desde las alturas todo se ve desde otra perspectiva. 

Lorena Burcat.

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