martes, 6 de mayo de 2014

Cuestión de preferencias.


Me fascina que llueva los lunes por la noche. O entre semana. Que llueve fuerte, sin descanso. Me encanta estar al otro lado del cristal con un humeante té y arropada con la manta. Porque las tormentas hacen que flote la magia en el ambiente. Que la rutina se detenga y las preocupaciones se diluyan.

Oír repicar las gotas enfurecidas por la fuerza del viento contra mi ventana me transporta a mi infancia. A los días de verano jugando en la piscina. Salpicando a diestro y siniestro. Chapoteos acompañados de sinceras carcajadas de felicidad. Era tan simple, que aún ahora me cuesta creer la facilidad que tenemos para complicar el trascurrir de los días.

Cuando la máxima duda existencial posible era el sabor del helado que queríamos después de comer. O que era mejor, si ir a la feria o perseguir a la charanga por las calles recónditas de aquel pueblo de cuento. Quizás, si nos organizábamos para escapar corriendo tras la cena pudiéramos llegar a tiempo para no tener que aclarecer nuestras preferencias.

De aquellos días aprendí a jugarme  todo a cara o cruz. Porque realmente funciona. El truco esta en darse cuenta cual es nuestra elección mientras la moneda está suspendida por segundos en el aire. Porque aunque no todo es blanco o negro, de todo acabamos teniendo una preferencia. Porque crecemos, y la infancia se convierte en una gran enseñanza. En recuerdos que acompañan el trascurrir de una aventura diaria.

Y un día sin darte cuenta te encuentras observando en la oscuridad un sonido delicioso que silencia los problemas durante instantes. Y es en ese preciso instante en el que caemos en la cuenta que crecer es aprender a preferir. A elegir donde esta nuestro limite.


Yo aún no sé dónde está el mío. Pero por preferir, prefiero descubrirlo a tu lado.

Lorena Burcat.

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