La intensa jornada laboral había acabado. Por fin había enviado el último
email a un cliente molesto e inconformista. Trabajar fuera de la oficina era fantástico.
Aquel bar se había convertido como su segunda casa. Un santuario. Sabía que algún
día encontraría la inspiración entre esas cuatro paredes para su guión. Y
entonces dejaría de hacer reportajes absurdos a personas empeñadas en demostrar
su felicidad en un trozo de cartón. Algún día, pensó. Cerro el portátil y se dirigió
con paso ligero hacia la puerta.
Entonces apareció ella. Una entrada de película. Se le secó la boca, el pulso se aceleró. Olía a lavanda, al café
de los domingos, a orgasmos un jueves a media tarde, a estaciones perdidas, a
futuro. Y decidió regresar. Volver a sentarse y pedir un café más. O dos, ¿Qué daño
podía hacer?
A tres metros de distancia estaba sentada la diosa rubia. A pesar de que
solo habían pasado dos minutos ya se la había adueñado. Había mirado al resto
de hombres del bar advirtiéndoles que era suya, que no mearan en territorio
ajeno. Decidió pedir un bocadillo. Aquella aparición de piernas quilométricas le
había abierto el apetito. De momento se saciaría con un tentempié, seguro que
si ella era el postre valdría la pena esperar.
Amy, llamémosla Amy. Era simpática y desenfadada. Natural. De esas mujeres
que son lo que son, que no se avergüenzan, que sí quieren que la juzguen.
Segura y decidida. La aventura perfecta para arriesgar y acceder a salir herido
de por vida. Era de esas mujeres que marcan, de las que no olvidas. De las que
aunque pase el tiempo ella siempre será más.
Y entonces lo hizo, fue un poco más allá de lo que la imaginación de él
le habría permitido, por aquello de conservar un punto de cordura, y sacó a pasear a Bukowski. Dando el primer
sorbo a su smoothie de zanahoria y limón se sumergió en una aventura aislándose
del resto.
Mientras más aislaba más ansiaba Jon sumergirse en ella. Esclarecer sus
dudas, dudar de sus principios, escribir nuevos “yo nunca”, trazar el mapa de
huida en su cintura, aprender cada poro de su piel y desaprenderlo al siguiente
amanecer para seguir sorprendiéndose de por vida. Mientras más se imaginaba que
era la mujer de su vida más ella devoraba sin piedad las palabras de aquel
escritor que hacía que enloqueciera.
Pasaron las horas, y él seguía comiéndosela con la mirada. Ella seguía
esperando la llamada que la salvara. A las siete y cuarto, cuando Jon perdido
en el tiempo observaba absorto a aquella delicia improbable ella se cansó de
esperar y decidió salir a encontrar. Dejar de buscar, apostar.
Amy no recibió la llamada. Jon quiso, pero no supo donde llamar. Pero hay historias que no se merecen final.
Aun, ninguno de los dos lo sabe. Pero lo que no creían que iban a encontrar,
lo hallaron en aquel bar. Y aunque se fueron en direcciones opuestas se les
olvido que todo en la vida vuelve. Ninguno sabe que esta noche se volverán a
encontrar. Y entonces Jon entenderá que la musa que buscaba ni era rubia ni
descarada. Pero si la única capaz de inspirar el guion de la mejor película que
jamás podría escribir.
La de su vida.
Lorena Burcat.
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