martes, 15 de abril de 2014

Adiós.


Algún día pensé en escribirte. En darte una nota y marcharme. En dejar en tus manos nuestra historia. Siempre fui un cobarde.

Cada vez que llegaba, tú ya estabas sentada en la estación. Sonreías y seguías susurrando canciones mientras agitabas tímidamente la cabeza. Y miraba e imaginaba que me susurrabas a mí. A un completo desconocido. A un chico más con el que tenías minutos de intimidad comedida cada mañana. Verte entre los transeúntes ajetreados a primera hora hacia que me planteara si seguía en la cama teniendo alucinaciones nocturnas.

A pesar de estar a veinte metros de distancia sentía que nos separaba un océano y suplicaba por poder acabar entre tus piernas.  Recuerdo que ese martes cogí el autobús jurando que mañana te llamaría. Mañana retaría al azahar, sí era necesario, por ser el artífice de tu sonrisa pícara. Y mientras me alejaba sentí que te perdía.

Desee correr y correr. Volver.  Rece por provocar un último encuentro fortuito. Suplique para que el destino me concediera una tregua. Aunque solo fueran 10 minutos.  Los aprovecharía para acercarme y secuestrarte. Prolongaría esos  minutos hasta la eternidad. Te explicaría con solo una mirada todo lo que llevaba callando estos tres meses. Gritaría a sonrisas torcidas todas las locuras que se me habían ocurrido contigo. Porque era una dulce tortura soñarte en la distancia.

Esta mañana mientras me esperabas en la estación el despertador ha seguido sonando mientras yo me apagaba soñando en improbables.


Lo siento, nunca se me dieron bien las despedidas.

Lorena Burcat.

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