“ En los próximos ocho minutos todo lo que va a
ocurrir es que se va a caer el telón rompiendo tu reflejo para siempre. A partir de entonces no vuelvas a esperar nada de mí porque voy a dejar de existir.”
Y así, con una tranquilidad
abrumante me dijiste adiós. Hasta siempre.
Recuerdo esos ocho minutos con
una agonía asfixiante. Al principio, pensé que me tomabas el pelo. Empecé a
repasar interiormente todas tus posibles sonrisas esperando hallar entre ellas
la solución a este maldito enigma. El tiempo pasaba y los segundos contaban. Me
gritaban enfurecidos tratando de que reaccionara. De que parara el tiempo. De
que te besara y te retuviera conmigo. Pero lo cierto es que nunca se me dio
bien luchar por imposibles. Me dio por estallar a reír. A carcajada limpia.
Mientras, me mirabas atónitamente. Deduciendo que no te creía. Entonces entendí
la realidad. Seguías creyéndote que éramos parte de una película de segunda B.
Tu como guionista frustrado, destinado al inminente fracaso. Tratando de salvar
lo que te quedaba de hombría. Acepté la derrota. Acepté me perdías.
Que nos debíamos olvidar. Y de repente empezó la tormenta.
La cuenta atrás acabo. De
pronto me diste la espalda y te fuiste. Como si todo hubiera sido fruto de una ensoñación
y ahora estuviera despertando resacosa después de un fin de año de
desfase. En mitad de la noche me di a
la bebida esperando encontrarte en cada gota que abrasaba mi interior. Prometiste
que no volverías. Que esta vez era para siempre.
Pero se me olvidó que a veces un para
siempre dura un instante.
Lorena Burcat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario