lunes, 14 de abril de 2014

Ocho minutos.


“ En los próximos ocho minutos todo lo que va a ocurrir es que se va a caer el telón rompiendo tu reflejo para siempre. A partir de entonces no vuelvas a esperar nada de mí porque voy a dejar de existir.”

Y así, con una tranquilidad abrumante me dijiste adiós. Hasta siempre.

Recuerdo esos ocho minutos con una agonía asfixiante. Al principio, pensé que me tomabas el pelo. Empecé a repasar interiormente todas tus posibles sonrisas esperando hallar entre ellas la solución a este maldito enigma. El tiempo pasaba y los segundos contaban. Me gritaban enfurecidos tratando de que reaccionara. De que parara el tiempo. De que te besara y te retuviera conmigo. Pero lo cierto es que nunca se me dio bien luchar por imposibles. Me dio por estallar a reír. A carcajada limpia. Mientras, me mirabas atónitamente. Deduciendo que no te creía. Entonces entendí la realidad. Seguías creyéndote que éramos parte de una película de segunda B. Tu como guionista frustrado, destinado al inminente fracaso. Tratando de salvar lo que te quedaba de hombría. Acepté la derrota. Acepté me perdías. Que nos debíamos olvidar. Y de repente empezó la tormenta.

La cuenta atrás acabo. De pronto me diste la espalda y te fuiste. Como si todo hubiera sido fruto de una ensoñación y ahora estuviera despertando resacosa después de un fin de año de desfase.  En mitad de la noche me di a la bebida esperando encontrarte en cada gota que abrasaba mi interior. Prometiste que no volverías. Que esta vez era para siempre.


Pero se me olvidó que a veces un para siempre dura un instante. 

Lorena Burcat.

No hay comentarios:

Publicar un comentario