Quizás fuera cuestión de
ingenuidad. Quizás no te diste cuenta. O peor, no quisiste ser consciente de la
realidad. Y es que aunque viajábamos en el mismo vagón teníamos destinos
diferentes.
Esa fría noche de diciembre en el
Oriente Express resulto ser mi gran tortura.
Fantaseé con atarte en el vagón restaurante y
darme un banquete memorable. De esos que pasan a la historia. Estoy seguro que acabaría
indigestandome con tus miradas lascivas y con esa fingida inseguridad que me
desbordaba. Quería destrozarte las cuerdas
vocales con tus gritos desmesurados. Te haría ver las estrellas sin necesidad de asomarte por la ventanilla.
Sé que también estabas excitada.
Toda tú desprendías esa aura de querer algo más que solo una fantasía nocturna.
Sin promesas ni ataduras. No hacían falta palabras, solo gruñidos que indicaran
el camino a seguir.
Quizás debí bajar en la misma estación
.Seguirte y hacer que fracasáramos como amantes clandestinos. Hubiera sido un
final de película. Pero de los de verdad. De los que ocurren una vez aparece “THE
END”. Que no nos engañen. Esas historias siempre acaban fracasando. Siempre
culparé a los guionistas ebrios de Hollywood por mis altas expectativas. Pero
de eso, seguimos hablando mañana.
Nunca sabré a que sabes. Ni tu
que tecla hubiera tocado yo para derruir todos tus muros de protección. No nos
culpemos. Quizás no supimos leernos entre líneas. Sobre quizás está
construido el mundo.
Aun me sigo preguntando cual hubiera
sido la respuesta adecuada a tu sonrisa.
Lorena Burcat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario