jueves, 10 de abril de 2014

Estaciones perdidas.


El tren de las ocho y veinte sale desde el andén cuatro. Cada mañana, con destinación desconocida. Tú tímidamente te sientas en el andén tres a las ocho y cuarto con un humeante café esperando que aparezca. Aguardando a que el chico misterioso  haga su aparición estelar de tres minutos y cincuenta segundos y cambie tu día. Os miráis y le sonríes tímidamente. Y después de esto sigues en las nubes esperando que sea mañana cuando se decida a cruzar y saludarte. Que seguro que mañana empieza la historia de tu vida. Y esperando un mañana un día no volvió a aparecer.

Si esto fuera una maldita película de amor el chico no solo iría a hablarte, sino que te invitaría a subirte con el al tren hacia un destino incierto y fascinante. Recorrerías París durante el día y cenaríais en Roma al atardecer. Haríais el amor en las paradisíacas playas de Tailandia y sacaríais vuestro lado salvaje en Los Ángeles. Sería simpático y gracioso. Un Peter pan con alma de justiciero. Un guitarrista vocacional, un fotógrafo profesional. O mejor un espía ingles destinado a conquistar tu corazón. James Bond pero con más clase.

Y es que la imaginación es generosa. Soñar sigue siendo gratis y un tanto cobarde. Sí no hacemos nada por alcanzar nuestros objetivos.  Jugar a las adivinanzas suele acabar en llanto. Hay miradas que nos dejan incógnitas que nos bloquean. Mensajes indescifrables que hacen que acabemos perdiendo la cabeza. La vida suele ser muy caprichosa.  Y tratar de crear una historia factible hecha de pedazos de desconcierto y suposiciones es muy peligroso.

Pero a veces la rigidez de que algo así no nos perteneces hace que nosotros mismos seamos quien encarcelemos nuestra alma soñadora. Encontrar el punto medio  es la clave. Pero es tan difícil como permanecer impasibles a las sonrisas picaras y a las miradas que desnudan almas. Protegernos está bien. Pero levantar un muro sin asegurarnos suministros en el interior seguramente acabe en un suicido masivo.


Y por mucho que pase seguimos aquí. Y entre capricho y capricho continuamos soñando despiertas cual adolescentes hormonadas que un día nuestra realidad superara la ficción. Quizás de lo que no seamos conscientes es que las historias que inventamos en nuestra cabeza no tienen final feliz porque nunca llegaron  a tener un principio.

Lorena Burcat.

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