El tren de las ocho y veinte sale
desde el andén cuatro. Cada mañana, con destinación desconocida. Tú tímidamente
te sientas en el andén tres a las ocho y cuarto con un humeante café esperando
que aparezca. Aguardando a que el chico misterioso haga su aparición estelar de tres minutos y
cincuenta segundos y cambie tu día. Os miráis y le sonríes tímidamente.
Y después de esto sigues en las nubes esperando que sea mañana cuando se decida
a cruzar y saludarte. Que seguro que mañana empieza la historia de tu vida. Y
esperando un mañana un día no volvió a aparecer.
Si esto fuera una maldita película
de amor el chico no solo iría a hablarte, sino que te invitaría a subirte con
el al tren hacia un destino incierto y fascinante. Recorrerías París durante el día y cenaríais
en Roma al atardecer. Haríais el amor en las paradisíacas playas de Tailandia y
sacaríais vuestro lado salvaje en Los Ángeles. Sería simpático y gracioso. Un Peter
pan con alma de justiciero. Un guitarrista vocacional, un fotógrafo profesional.
O mejor un espía ingles destinado a conquistar tu corazón. James Bond pero con
más clase.
Y es que la imaginación es
generosa. Soñar sigue siendo gratis y un tanto cobarde. Sí no hacemos nada por
alcanzar nuestros objetivos. Jugar a las
adivinanzas suele acabar en llanto. Hay miradas que nos dejan incógnitas que nos bloquean.
Mensajes indescifrables que hacen que acabemos perdiendo la cabeza. La vida
suele ser muy caprichosa. Y tratar de
crear una historia factible hecha de pedazos de desconcierto y suposiciones es
muy peligroso.
Pero a veces la rigidez de que
algo así no nos perteneces hace que nosotros mismos seamos quien encarcelemos
nuestra alma soñadora. Encontrar el punto medio es la clave. Pero es tan difícil como
permanecer impasibles a las sonrisas picaras y a las miradas que desnudan
almas. Protegernos está bien. Pero levantar un muro sin asegurarnos suministros
en el interior seguramente acabe en un suicido masivo.
Y por mucho que pase seguimos aquí.
Y entre capricho y capricho continuamos soñando despiertas cual adolescentes
hormonadas que un día nuestra realidad superara la ficción. Quizás de lo que no seamos conscientes es que las historias que
inventamos en nuestra cabeza no tienen final feliz porque nunca llegaron a tener un principio.
Lorena Burcat.
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