Hay amores cortos e intensos. Duraderos
y pasionales. Algunos más memorables que otros. Algunos simplemente sirven de
etapa intermedia. De puente. Para pasar de un capitulo a otro. De punto y
aparte. Al fin y al cabo, todos son necesarios. Todos son importantes en la
medida que nos marcan en nuestra vida. Que dejamos que nos afecten. Hay amores perros.
Y luego están los romances de verano. Uno de mis favoritos.
Amores que duran como máximo tres
meses. Divertidos y desenfadados. Colaboran a que los días al sol y las noches
en las terrazas de cualquier lugar sean más arrolladores. Que cautivan y te
hacen derretir. Amores que no necesitan largas explicaciones, ni toda la
verdad. Amores que dan por descontado que cualquier promesa que sobrepase
septiembre no tiene validez. Que los te quiero son fruto de insolaciones y
borracheras. Amores que pasan como huracanes devastándonos a caricias y sexo desenfrenado.
Que nos deje hecho añicos. Que otro ya nos reconstruirá en octubre.
Aún recuerdo mi último amor de
verano. Miami fue un gran romance. Pero todo el mundo sabe que en algún momento
llega septiembre. Y con ello, la vuelta a la normalidad. Aunque sin esos amores
pasionales con fecha de caducidad prescrita el resto del año no tendría el
mismo color, el mismo sabor. En Junio probaré fortuna como amante en Colombia.
Quizás sud américa se me dé mejor.
Lorena Burcat.
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