El vacío abrió la puerta a la distancia, al silencio, a la incomprensión. Me fui alejando poco a poco. Un paso. Luego otro y otro más. Así hasta llegar al precipicio y dejarme caer. Porque el dolor no podía remitir ni la angustia podía ampliarse. Dónde había dejado los me quiero solo quedaban lágrimas amargas reclamando unos últimos segundos de atención.
Durante los segundos eternos de la caída entendí que los vacíos están para llenarse. Que podemos volver a completarnos. Que somos puzzles que encajamos con más de una pieza. Que es absurdo decidir contemplar la vida pasar simplemente porque un día la aventura no estuvo a la altura de nuestras expectativas.
La vida es más que un camino tormentoso que hemos de recorrer para hallar una recompensa.
La recompensa es la gratitud de poder recorrer el sendero de los sueños en armonía. Disfrutando de los pequeños placeres. De las distancia recorridas y por recorrer. Se trata de poder reflejarnos en las ilusiones de los demás. De tener una lista de objetivos y cumplirlos. Ir reeditando cada mañana los sueños y ampliándolos, dándoles alas para que puedas llegar a volar.
Y así fue como en plena caída, tras comprender que los vacíos se pueden volver a llenar exhale profundamente, extendí mis alas y me dirigí de nuevo hacia la entrada de una nueva etapa.
Lorena Burcat.
Y así fue como en plena caída, tras comprender que los vacíos se pueden volver a llenar exhale profundamente, extendí mis alas y me dirigí de nuevo hacia la entrada de una nueva etapa.
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