martes, 30 de septiembre de 2014

Tiritas


Septiembre acaba y con ello empiezo un nuevo capítulo. Sentía que para cerrar la etapa necesitaba una respuesta. Un punto y aparte para este capítulo tan especial. Pero me daba miedo.

Hace tiempo cubrí la herida con una enorme tirita que con el tiempo ha acabado adherida a mí como si fuera una segunda piel. Era consciente que el problema de que la herida no cicatrizara era que seguía tapada. Necesitaba aire fresco, oxigenarse, regenerarse la piel a base de nuevas experiencias y aventuras. Pero para ello primero había de arrancar la tirita. Pensaba que dolería, escocería. Y con ese temor fui postergando el momento. Pero anoche decidí que ya era suficiente. Que el dolor era tan intenso que difícilmente el tirón podría superarlo. Así que conté hasta tres y arranque aquello que oprimía el cambio. Sorprendentemente no dolió. Escoció un poco, pero creo que fue más por el hecho de haber tardado tanto tiempo en atreverme que por exponer la herida de nuevo.


Sienta bien. Jodidamente bien. Dicen que el tiempo cura las heridas. Esta vez voy a probar con cicatrizar a base de nuevas experiencias, riesgo y muchas risas. Porque si con ello no lo consigo, al menos, habré aprendido un poco más. Y seguir aprendiendo es la única manera que tenemos de asegurarnos de que no estamos muriendo en vida.


Lorena Burcat.

lunes, 29 de septiembre de 2014

SuperSofi







Hay días señalados en el calendario. Días que cuentas, que pesan, que marcan. Días que suponen un antes y un después. Hoy está grabado a fuego y con sangre porque es el cumple de SuperSofi.

Sofi es una mujer de las de verdad. De las que no necesitan taconazos rojos para impresionar. Su sonrisa es suficiente para alumbrar el recinto y los días decaídos. Es risueña y un tanto olvidadiza. Una pequeña gladiadora romana convertida en diosa griega.

El tiempo pasa exasperantemente rápido y parece que fue ayer cuando cuatro soñadoras nos adentramos en Roma para descubrir los misterios ocultos de generaciones pasadas. Nápoles fue el siguiente destino y entre la caótica ciudad encantada descubrimos cuan divertido puede ser saltarnos un tanto las normas. Jamás olvidaré aquel convento en la que la armamos tanto. Aquel crucifijo siempre quedará marcado y magullado. Lo siento pero por ahí no pasaba.

Seguimos creciendo y avanzando. Tras nuestro viejo de ensueño por Italia nuestros caminos se separaron, pero nunca nuestros corazones. La vida es un continuo cambio. Seguir pasando pantallas, vivir aventuras trepidantes que nos ayuden a crecer, a despedirnos. Pero de ti jamás. No de mi pequeña rubia.

Ya no soy capaz de contar exactamente cuántos helados del Pepito nos debemos. Conversaciones entrada la madrugada. Confesiones de amores contradictorias. Miradas cómplices que nos ayuden a relatar aquello que aún no sabemos ni como descifrar.

Eres una mujer dulce y alegre. Divertida y autentica. Un trozo de cielo. Gracias por haber llegado. Por enseñarme que el helado siempre mejor en compañía. Que las penas compartidas son algo divertidas. Y que lograremos a nuestro gladiador romano que nos ayude a descubrir los secretos enterrados de una civilización silenciada.

Nos vemos muy pronto. Hasta entonces se feliz y vive. Aunque arriesgues y fracases. Porque o se gana o se aprende. Y solo apostando el corazón podremos descubrir el verdadero camino hacia nuestros sueños. Te quiero pequeña gladiadora. Feliz cumpleaños SuperSofi.


Lorena Burriel Catalán

viernes, 26 de septiembre de 2014

Noches de verbenas y coincidencias.


Aquella fue la noche de los fuegos artificiales en plena oscuridad estival. El sonido de nuestras risas se confundía con el estruendo de los gritos de la gente. Sabias a menta y limón. A gloria comedida. A promesas de una noche singular.

Empezamos comiendo nachos con queso, nuestros labios y anticipándonos a acabar con el mundo entero. El ambiente rebosaba electricidad. Cables de alta tensión nos rodeaban dispuestos a saltar al mínimo roce. Tu mirada me provocaba un cosquilleo indescriptible algo más abajo del ombligo. Yo trataba de serenarme, de no pensar que en poco más de doce horas mi vuelo hacia casa despegaba.

Fue una noche memorable. De las que deseas que nunca acaban. Momentos que harían dura la partida pero que me recordarían que aunque fuese por unas horas alguien consiguió hacerme levitar solo con rodearme la cintura.

Nos despedimos en el aeropuerto y por suerte ninguno de los dos cometimos la estupidez de prometernos una segunda vez. Sabíamos que era absurdo creer que era posible volver a coincidir en el tiempo y en el espacio y que la misma química siguiera intacta.

Pero la vida nunca deja de sorprendernos. Hace tres días llegue a Bogotá dispuesta a comerme la ciudad. Quince días de vacaciones con mis chicas. Mejor imposible. Hasta que me enteré que en la verbena de esta noche tu ibas a asistir. No puedo creer que hayamos tenido que cruzar el Atlántico para volver a coincidir.


Intento comedirme, que las expectativas no se eleven sin sentido para que cuando se evaporen no me destrocen. Pero sé que pase lo que pase esta noche no la olvidare. Porque las coincidencias siempre tienen un porque. Y esta noche estoy dispuesta a dejarme llevar con todas las respuestas que el destino me venga a dar.

Lorena Burcat.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Viernes.


Mañana vuelve a ser viernes. 

Solían ser mis días preferidos. El pistoletazo de salida a aventuras indefinidas. Cenas para dos en el salón. Permitir que las velas se fundieran. Concierto en directo de nuestros cuerpos al alcanzar el éxtasis. Los viernes me permitía dejarme llevar. Subir un poco las expectativas. Tú solías bajar a cumplirlas. Disfrutar de la incerteza de que vendría mañana. Ración de besos por duplicado. Salíamos a quemar la noche o permanecíamos en casa adaptándonos a la sensación de que el plan de peli, manta y palomitas era un gran plan. Comida china para llevar. Sueños por duplicados. El viernes siempre era un gran día. 

ERA.

Hace un mes que mis días favoritos han empezado a ser los lunes. Por aquello de obviar la soledad del fin de semana sin un nosotros. Por eso de que todo vuelve a empezar. Nuevas oportunidades. Desaprender la sensación de tus manos en mi cintura. Volver a aprender a levitar.

Pero extraño las noches de viernes en las que no todo giraba a tu alrededor. En las que mi felicidad era la máxima. Mañana vuelve a ser viernes. Y voy a volver a salir. A quemar una noche que hicimos nuestra. A olvidar el punto en el que me perdí para encontrarme de frente con tu indiferencia que absurdamente me cautivó.

Quizás si el destino se pone un poco de mi parte pueda coincidir con aquel cantante tan mono del café de la esquina. Quizás pueda ser el comienzo de una nueva aventura. Una historia sin una muerte previamente anunciada.


Pero eso ya se verá. De momento lo único a lo que me voy a dedicar es a reconquistar mi noche. Reconquistarme a mí misma. 

Lorena Burcat.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

El pez que se enamoró de la luna.


Matilda acababa de cumplir cinco años e iba a la clase de los pececitos. Como regalo de su cumpleaños sus padres le dieron un pez llamado Marte. La niña fascinada con su nuevo amigo decidió acomodarlo en la mesita de noche al lado de la ventana. Desde allí, Marte podía ver el jardín donde vivía Tobby, el perro maltes de la familia.

La primera noche en la casa, Marte decidió permanecer despierto para descubrir los misterios de la noche. Expectante ante la nueva aventura no se podía ni imaginar que maravillosas vistas le aguardaban antes del amanecer.

Pasada media noche la luna decidió asomarse por la ventana para darle las buenas noches, y esa fue su perdición.

Un pez enamorado de la luna.

Marte se obsesiono con ella. Aguardaba ansioso cada día el ocaso para ver a su bella dama blanca reaparecer. Se sentía capaz de conquistarla. De cambiar la historia e inclinar a su favor la balanza de lo imposible. Creyó en imposibles. Y falló. Digamos que por mucho que promteamos que bajaremos la luna para iluminarnos, ella siempre continua anclada en el firmamento alumbrando a los gatos callejeros.

Creo que en el fondo me pasó como  a Marte pero al revés. Creí que eras tan inalcanzable que no supe ver que solo con estirar el brazo te hubiera podido retener. Era tan sencillo que malinterprete el sentido de nuestra existencia. Prejuzgue tus actos y los encasille con mi pasado. No podía ser posible conquistar la luna a mediodía.


Pero el problema reside en que nadie nos ha explicado que lo que realmente importa en esta vida es sentirnos en la luna y ver las estrellas con el simple roce de nuestra piel.

Lorena Burcat.

martes, 23 de septiembre de 2014

Feminismo y feministas.


De pequeño Carlos siempre me decía que de mayor iba a ser Superman. Que volar con una capa y salvar el mundo era lo mejor que le podía pasar.

No creo que se equivocara. Pero los héroes no solo existen en comics y películas de Marvel.

El mundo está lleno de personas extraordinarias. Anónimos que arriman el hombro y aportan su granito de arena para contribuir en las causas en las que creen. Personas implicadas en la evolución. Dispuestas a marcar la diferencia. Gente que cree que la mejor manera de demostrar aquello en lo que creemos es dejar que nuestros actos hablen por nosotros.

Pero aún queda mucho camino por recorrer.

Hacen falta heroínas que comprendan que no necesitamos de caballeros de brillante armadura para sobreponernos de los baches a los que hacemos frente durante el transcurso del recorrido. Machos que no se disfracen de héroes cuando en realidad siguen siendo impostores que por falta de fe en ellos mismos necesitan de mujeres débiles para engrandecer sus frágiles egos.

Vivimos en un mundo desigual. Nos da miedo denunciar las injusticias por miedo a que a la larga eso se vuelva en contra nuestra. Cierto es que poco a poco todo va cambiando. Pero quizás demasiado despacio. Hay muchos hábitos cotidianos sexistas que inconscientemente van remarcando una línea divisoria imaginaria entre mujeres y hombres.

Hoy he estado viendo el asombroso discurso de Emma Watson en la ONU sobre el feminismo. El miedo que tenemos de la palabra feminismo. La apología que se hace de ella. Y si, yo soy feminista y no me avergüenzo de ello. Me parece reconfortante que personas con influencia en la población apoyen la igualdad de condiciones y expandan el mensaje para crear conciencia en la gente. El problema es que si aún nos asombran discursos de esta índole es que algo muy mal estamos haciendo.

En un mundo cada vez más globalizado las diferencias entre razas, religiones y sexos cada vez se están haciendo más evidentes. Creando un distanciamiento que en el futuro será difícil de unir.

Me sigue pareciendo inaudito el hecho de que las mujeres seamos las primeras machistas. Que nosotras mismas nos juzguemos las unas a las otras sin reparar en el hecho de que lo único que estamos consiguiendo con nuestros actos es ralentizar nuestro crecimiento y distanciarnos de conseguir el posicionamiento social que merecemos. O sea, el mismo que el hombre. Debemos ser conscientes de nuestros valores. De la importancia que implica vivir en una sociedad parcial, y que esto nos permita ayudarnos los unos a los otros uniendo fuerzas con nuestras virtudes y ayudando a reducir nuestros defectos.

El mundo necesita de héroes y heroínas de carne y huesos dispuestos a creer y luchar por la igualdad. Al fin y al cabo si nosotros no estamos convencidos de que todos podemos llegar al mismo lugar sin importar de donde procedemos o si somos hombre o mujer la evolución no será posible. Poco a poco iremos retrocediendo en el tiempo, entorpeciendo todos los avances que tanto hemos logrado por conseguir.

Juntos somos capaces de marcar la diferencia. De sobreponernos a las opresiones y a las reglas obsoletas que nos encorsetan como sociedad y nos obligan a pensar de una manera un tanto retrograda.

Yo sigo luchando porque algún día mis sobrinos en vez de Superman quieran ser enfermeros, abogadas, peluqueros o astronautas dispuestos a ser los mejores y aportando su potencial en contribución a una sociedad igualitaria, ya siendo  amo de casa o espía del gobierno británico.


Porque solo con una educación basada en principios y valores que nos inspiren a desarrollar todo nuestro potencial, independientemente del sexo que seamos, podremos conseguir la libertad.

Lorena Burcat.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Regreso al futuro.


Dicen que es lo normal. Que todo tiene un proceso natural de curación. Las heridas necesitan tiempo para cicatrizar, para dejar de sangrar. Necesitamos espacio para que nuestro corazón no se desboque cada vez que vemos una sombra alargada que nos recuerda al pasado. Un pasado grisáceo que nos invade constantemente y no nos permite seguir avanzando.

Suponía que tras mes y medio sería sencillo. No fácil, pero al menos no me sentiría desfallecer al ver tu reflejo en la parada del autobús.  

El dolor persiste. Impotencia en estado puro es lo que he sentido al tenerte al otro lado de la calle y no atreverme ni a mirarte. He necesitado preguntar reiteradas veces para asegurarme que eras tú, que esta vez no era ninguna alucinación nocturna transitoria.

Es extraño verte en la distancia y que no te acerques a estrecharme entre tus brazos, que me cojas de la cintura y me hagas levitar o que con simplemente tu mirada entienda cada proposición que estas tramando efectuar. Complicado saber que lo que un día fue ya no será. Pero más jodido es no saber el porqué. Simplemente se acabó. Todo acabo desvaneciéndose entre humo de omisiones. Llego tan  inesperadamente como terminó.

Sé que no puedo continuar así. No puedo seguir reiterándome, pensando donde estará el error en cada palabra que llegamos a cruzar ese domingo. Porque se, que por muchas veces que le dé vueltas. Por muy mal intencionadamente piense jamás daré con la verdadera respuesta. Porque, posiblemente, ni tú mismo la sepas.


Si cuando hoy al principio te he visto solo he querido besarte, perderme en el tiempo y olvidar las incógnitas infinitas del que pasó. Ahora mismo solo tengo ganas de dormir y mañana será otro día. Pero no sé porque tengo la sensación de que pasará bastante tiempo hasta que consiga no sentirme que regreso al futuro cada vez que sienta tu presencia en alguna de las calles donde solía perder la inocencia.

Lorena Burcat.

viernes, 19 de septiembre de 2014

48 horas


Seguramente a estas horas, si todo va bien, este aterrizando en Barcelona.

Posiblemente ya habré llorado por la emoción de estar en casa. Aunque sean 48 horas.

Es curioso cuantas emociones nos puede despertar el hecho de pasear por nuestra ciudad.

Aceras que evocan besos veraniegos a media noche. Esquinas en las que siguen resonando los estallidos de tu risa junto a tu sobrino por haber conseguido por primera vez llegar al final de la calle sin las rudecitas de la bici. Balcones que dan los buenos días entre geranios y jazmines. Atardeceres que nos transportan a la última ve que, sin saberlo,  dijiste adiós. Sabores que nos recuerdan aquella tarde en el Born comiendo helados de sabores a cada cual más extraño. Aquel mismo día en el que acabamos de garitos por Marina y aquel inglés que conocimos en el aeropuerto me beso por primera vez. Gritos frustrados de desamor porque cerraron nuestro Japonés de Urgell. Tímidas sonrisa al pasar por delante del museo Picasso donde nos fuimos a pasar aquella calurosa mañana de agosto con dos americanos haciéndonos las entendidas en el cubismo.  Amaneceres en la playa tras una noche de desfase sin mirar hacia atrás.

Podría seguir enumerando uno a uno los recuerdos que hacen que sienta Barcelona es mi hogar. Una ciudad de acogida que me ayudo a descubrir un poco más de mi realidad. Vivir fuera de casa nos permite apreciar con más intensidad todo lo que tenemos al volver.


Y aunque sea breve, será intenso. Porque contigo Barcelona es imposible no ser feliz.

Lorena Burcat.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Más allá.


Lena jamás imaginó que acabaría deseando no volver a casa. Supongo que todas historias tienen un principio memorable. Hoy prefiero empezar por el final. Un tanto triste. Un tanto ambiguo. Pero al fin y al cabo un punto y final siempre significa que todo empezará de nuevo en mayúsculas.

Tal vez el error estuvo en aumentar las expectativas, o simplemente tenerlas, con un ente imperfecto.

El café de las diez se acabó convirtiendo en la excusa perfecta para dejar volar la imaginación con el apuesto secretario. Todo empezó con un inocente hola, continuo en una apasionante primera cita en el rio y acabo en boda. Tras ello llegaría la casa de campo, el deportivo, el perro y los tres niños. Vacaciones en Francia, japonés los viernes y visita al museo y pizzería los domingos. La monotonía nunca se hizo presente. La diversión era una constante y la complicidad era una fuente inagotable.

Supongo que aquí viene el típico y recurrente “y fueron felices y comieron perdices”. Pero como ya adelantaba esto no acaba así ni mucho menos aquí.

Ese discreto hola que abriría las puertas a la historia de sus vidas jamás aconteció. No porque no existiera la oportunidad. Cada mañana en el descanso se cruzaban durante unos valiosos cinco minutos que hubieran podido detonar en un cuento de en sueño. Pero…

Siempre existe un pero.

Mateo acababa de acabar con su prometida y aunque no estaba cerrado a una nueva oportunidad era incapaz de ver un poco más allá. Lena en cambio siempre miraba más allá pero cuando se miraba al espejo no veía nada. Se sentía transparente.

A veces todo está predispuesto para que ocurra pero no nos atrevemos a vencer nuestros miedos. Creernos que podemos, que valemos. Todo hubiera cambiado con un simple y escueto saludo y ahora lo único que les une es el silencio en la habitación de la cafetera. Es curioso porque mientras coinciden intentan encontrar a alguien que les haga ir un poco más allá, pero son incapaces de empezar por levantar la vista del suelo.


Lorena Burcat.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Lo que nos hace grandes.


Cada día nos enteramos de noticias fascinantes, descubrimientos increíbles, hallazgos que ayudan a la humanidad a seguir avanzando. Los periódicos, el telenoticias y las redes sociales nos permiten acercarnos a puntos lejanos que de otra manera quizás no tendríamos acceso.

Historias sin rostro que nos enseñan el poder de vencer. Aventuras sin identidad que nos enseñan a equilibrar el peso de nuestros pensamientos para identificar donde queremos llegar. Detrás de cada titular, imagen o noticia existe la realidad de alguien. Aventuras personales o colectivas capaces de marcar un ante y un después.

No hay nada mejor como vencer nuestros propios miedos para lograr alcanzar nuestros sueños. Nada más bonito que ser capaz de que con nuestra actitud podamos inspirar a otros a continuar el largo e intenso viaje de la vida.

Aunque lo de largo es relativo. No podemos afirmar que mañana continuaremos el recorrido. Quizás desistamos. Quizás decidamos cambiar de rumbo, volver a empezar. Quizás creamos que no hay más razón para seguir persistiendo por nuestros objetivos.

Aunque también existe la cara B. Aquella cara que nunca nos atrevimos a escuchar por si no encajaba con nuestros planes. Un plan desconocido pero que al aventurarnos a descubrirlo reconocemos el valor de atrevernos a volver a empezar.

Hay anécdotas escalofriantes de personas que al no tener nada más que perder consiguen lograrlo todo. Historias relevantes de personas anónimas que remontan sus propias miserias con el objetivo de seguir en este camino aunque sea por un día más. Gente que inspira, que te enseña lo poderoso que puede ser creer en nosotros mismos aunque nos encontremos en medio del desierto perdidos.

Porque al fin y al cabo lo que nos hace grandes es levantarnos tras cada caída. Lo que nos hace grandes es que en cada fracaso somos capaces de identificar la victoria escondida que nos ayuda a  continuar.

Lorena Burcat.

martes, 16 de septiembre de 2014

Felices veintidós.


Las aventuras más maravillosas y fascinantes son aquellas que ocurren sin esperarlas.



Recuerdo cuando hace unos años mis planes se torcieron y acabe viviendo una aventura que jamás olvidare. Nunca estaré suficientemente agradecida a la acogida en aquella casa que me enseño lo divertido de vivir en familia numerosa.

Soy realmente feliz en Inglaterra pero no puedo evitar la melancolía al recordar aquellas noches en las que con un simple helado  nos transportábamos a un día de verano en la profunda Italia entre viñedos hablando sin cesar. Confesiones entre pasta carbonara con extra de queso. La especialidad de la casa. Que me sorprendiera con la comida recién hecha después de un arduo día de trabajo.  Ensayar delante del espejo reiteradamente como ser una femme fatal. Siento confesarte que aún sigo sin conseguirlo. Despertarme con post it que me dijeran que sin duda hoy iba a ser un gran día. Y reírnos a carcajadas sin parar por mi afición a las hortalizas y mi especialización en zanahorias.

A veces las personas más inesperadas dan un significado nuevo a la vida. Nos enseñan lo importante que es olvidarnos del que dirán. Nos muestran el valor real de creer en nosotros mismos. Que a veces las primeras impresiones no son las reales. Que no hay nada para combatir un mal día que unas risas a media noche. Y si aun así no conseguía acabar riéndome a carcajadas la vaca que ríe me ayudaría a ello.

Hace mucho, demasiado, que no te veo pero aun así me consta que eres feliz. Sabes que me encuentre en el punto del mapa que me encuentre siempre tendré tiempo para ti. Me ayudaste a encontrar una parte de mí en un momento que no sabía ni donde estaba el camino y eso jamás lo olvidare. Y otra cosa no sé, pero agradecida, siempre. Gracias por cederme un poquito de tu casa para que yo pudiera empezar a construirme de nuevo mi hogar.

Disfruta de esta nueva etapa que representan los dos patitos. Sueña muy grande y ve a por ellos. Quien cree crea. Se muy feliz. Y seguro que nos vemos pronto, hay mucho que celebrar. No habrá suficiente helado de nueces de macadamia para ponernos al día. Muchas felicidades. Te quiero.


Lorena Burriel Catalán.

lunes, 15 de septiembre de 2014

El novio.


Crecí acudiendo a las bodas de mis primas. Vivía cada acontecimiento como si fuera una oportunidad única de sumergirme y ser testigo de un cuento encantado aunque fuera por un rato.

Nunca he creído que la firma en un papel demuestre que dos personas se quieran más o menos pero me encanta organizar eventos y una boda es una oportunidad única para recrear fantasía sin límite.

Cada día hay bodas más diferentes. Momentos que se recuerdan para siempre y que aunque todas tienen el denominador común del amor cada una ha de estar adaptada a la personalidad de los contrayentes.

Normalmente las novias suelen ser el foco de atención. Pero que queréis que os diga, para mi uno de los momentos únicos es la cara del novio cuando ve por primera vez a su futura mujer llegar. Poco más se puede explicar.

Falta mucho, o eso creo, para que un día retransmita mi propia boda. Pero hay cosas que tengo muy claras. Solo hay un mes para hacerlo SEPTIEMBRE. Y de hecho, la luna de miel por anticipado.

Pero empecemos por lo importante: EL NOVIO.

1.       Traje sencillo, azul marino, gris o negro, y pajarita. No hay discusión posible sobre ello.


2.       Que baile. No necesito que sea el típico vals ni un remix hortera. De hecho me encantaría que sonara jazz como banda sonora y que simplemente nos dejáramos llevar entre susurros.


3.       Original. Cada uno es un mundo y por ser el día de la boda no ha de cambiar. Cada uno tienes sus gustos y espero que la celebración en si sea un reflejo de nuestra personalidad.



4.       Diversión. A pesar de los nervios habituales es un día para disfrutar y compartir con las personas que queremos. La sonrisa es un básico en mi vida, así que no podía faltar en esta ocasión.




5.       Confidencias. Porque hay que encontrar momentos para apartarnos de la muchedumbre y crear nuestros propios recuerdos mientras compartimos anécdotas y confidencias.


Creo que a veces centramos tanto la atención en la novia que nos perdemos los nervios, las lágrimas de felicidad y las sonrisas cómplices de los novios.


Cada día tengo más claro que una boda es algo entre dos. Y que no hay nada que defina mejor el amor que una mirada que transmita ilusión.




Lorena Burcat.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Infancia

Recuerdo de pequeña cuanto me encantaba subirme a un taburete un tanto inestable para rebuscar en los armarios de mi abuela algún mantecado para tenerlo como botín.

Esta mañana escuchaba a una niña de unos tres años decirle a su madre que la muñeca que llevaba entre brazos era su mejor amiga para toda la vida.

Sam era de las que no sabía vivir separada de un pañuelo bordado a mano al que no abandono ni para ir a la universidad.

En la vida vamos acumulando pequeños tesoros insignificantes a priori pero que constituyen nuestro legado emocional más importante.

Hoy mi madre estaba en mi habitación mientras hablábamos por Skype y por detrás, desde la estantería me saludaba copito. Copito es una réplica de Copito de nieve. Recuerdo que me lo regalo mi madrina cuando tenía cinco años y desde entonces me ha acompañado mudanza tras mudanza.

Cuando hace año y medio vine a Inglaterra tuve que dejarlo en casa. Ocupaba más de media maleta como para poder permitirme embarcarlo. Es un peluche, pero es aquello que me conecta con mi más tierna infancia.

Llevo un rato pensando en lo absurdo de extrañar algo inerte hasta al punto de querer que este contigo. Pero es algo más. Hay objetos que nos recuerdan experiencias maravillosas, agradables o simplemente lecciones de vida que no estamos dispuesto a olvidar.

Sigo oyendo nítidamente los gritos de mi abuelo para que me bajara de las alturas con el tarro de galletas y el mono en la otra mano. Recuerdo que el peligro no era caerme si no que mi abuelo me descubriese.

No sé exactamente el porque me ha dado por rememorar pequeñas aventuras de la infancia. Pero últimamente me he dado cuenta que volver a la cuna es un buen modo de encontrar un punto de equilibrio para descubrir la pureza de lo que somos y entender cuál ha de ser el próximo paso que nos ayude a conseguir nuestros sueños.

Lorena Burcat.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Merece la pena.


En una semana me voy a visitar mi ciudad durante 48 horas. Muchos me preguntan si realmente merece la pena tanto viaje para tan poco rato. Y la respuesta es un si rotundo. Cualquier cosa por pasar unas horas en Barcelona.

Eso me ha hecho replantearme cuantas cosas nos merecen la pena en la vida y para el resto son absurdeces.

Recuerdo hace un par de noches que mientras cenaba con Teresa que me explicaba un caso de como una amiga suya se había gastado una fortuna en una nueva bodega. Para mi puede ser un gasto inútil, puesto que no bebo. Pero su ilusión de disfrutar en casa de su pasión podía con el resto.

Hoy en el metro garabateando mi agenda he acabado haciendo una lista de cosa que sin duda para mi merecen la pena.

1.       Despertarme una hora antes de lo habitual para poder pasarme ese rato extra remoloneando en la cama mientras me despierto leyendo un libro.

2.       Viajar horas en autobús hasta el pueblo de mi abuela solo por poder escuchar de nuevo sus batallas mientras disfruto de las croquetas y del arroz con leche.

3.       Invertir todos mis ahorros en un viaje desafiante recorriendo a tientas alguna ciudad asiática.

4.       Pasar en vela un par de días por descubrir la cara B de Londres. Pocas cosas hay más placenteras que disfrutar del Buckingham Palace desértico a las siete de la mañana.

5.       Cocinar una tortilla de patatas pasadas medianoche solo por ver la cara de felicidad de Mati.

6.       Recorrer 1.140 Kilómetros solo para dar un abrazo a mis padres.

Al final la vida se construye de pequeños placeres que conforman un todo. Detalles que al agruparse crean situaciones realmente interesantes. Todos tenemos hábitos que nos merecen la pena. Pasiones que nos ayudan a accionar el motor para seguir adelante.


Sinceramente creo que poco seriamos si no tuviéramos nuestros peculiares incentivos que nos ayuda a seguir creyendo que todo en esta vida merece la pena.

Lorena Burcat.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Resaca tardía.


Yo no soy muy de beber. De hecho diría que la única copa que he bebido fue un vino exquisito con mi amiga Laia una noche en las Ramblas de Barcelona. Digo lo de exquisito porque por el precio que pagamos lo debía ser. A mí personalmente no me gusta  el alcohol, así que mucho menos he  bebido lo suficiente como para amanecer resacosa tras una noche de infernal garrafón.

Imagino que tras una noche trepidante, donde las copas se suceden como si aparecieran por arte de magia, el despertar es apoteósico. La lengua pastosa, la cabeza dando vueltas, hemos amanecido en un barco en medio del atlántico con temporal, al jugar por los vaivenes y juraríamos que esta habitación no se encuentra en nuestro piso. La confusión se apodera de nuestros pocos sentidos útiles que nos quedan a estas alturas del partido. Y poco, o nada, remarcable puede pasar a partir de ese instante.

Más o menos es como me siento ahora. Desubicada. Diría que estoy sufriendo una resaca tardía. Hace un mes de aquel memorable domingo pero ahora es cuando despierto entre maldiciones por el agudo dolor de cabeza. Destellos borrosos de una conversación incoherente adherida con indiferencia y gestos de desavenencias.

Acabo de desertar y me pregunto porque una parte de mi esta tan dolorida. Como si me faltara algo. No sé, algo como una explicación.

Recuerdo que apareció de repente, de entre los muertos, ella. No puedo culparte. Demasiadas aventuras vividas como para olvidarlas por un par de noches conmigo. Me lo advertiste pero yo no quise reparar en tu pequeña confesión de madrugada diciéndome que habíais discutido, que todo se había acabado.

Todo se había acabado hasta que volvierais a veros. Hasta que enfrentarais vuestras posturas y decidierais que pesa más lo vivido que los miedos por el que vendrán.

Y mira que yo me alegro por ello. Que os vaya bien, seáis felices y al menos mi dolor sirva para algo. No lo digo hipócritamente ni con exceso de ironía. Andy ya me dijo que por creer en ello de buena soy tonta. Y quizás si. Pero todos tenemos derecho a equivocarnos.

Yo fui la primera en caer. Por querer perdí de vista el horizonte y acabe cayendo de bruces en mitad de un desierto repleto de arenas movedizas. Supongo que fuiste una placentera e inútil alucinación. Una aventura de verano, que se suele llamar.

Ahora toca enfrentarme sola al despertar. Duele el vacío de no saber qué coño pasó hace un mes. Porque soy yo la que amanezco sola entre lágrimas inservibles. Voy a llamar a alguien para que me explique qué hacer con todo esto. Con la resaca digo. Si llamara para preguntar qué hago contigo seguramente esta noche tu coche aparecería rallado o simplemente desaparecería tu gato.


La mejor solución va a ser un par de ibuprofenos y volver a dormirme. Quizás con un poco de suerte mañana me haya olvidado de lo capullo que fuiste.

Lorena Burcat.

martes, 9 de septiembre de 2014

INERCIA



Es curioso cuan previsibles nos estamos volviendo. Nuestra vida se está convirtiendo en un cumulo insensato de rutinas y hábitos.

Nos movemos por inercia. Nos dejamos arrastrar por las multitudes. Nos dejamos llevar ante incoherencias y falta de principios. Omitimos el vacío de nuestros corazones y nuestras mentes repletas de mensajes confusos. Tergiversados.

Por inercia acabaremos cerrando capítulos que ni sabíamos que habíamos abierto. Porque por inercia permitimos ceder antes que retroceder. Somos animales instintivos. Se nos da bastante bien actuar. Pero somos de los que disparamos y tras ello preguntamos.

Nos cuesta admitir que hemos fallado. Aún más disculparnos por ello.

Somos de los que nos justificamos por nuestros fracasos. Y el problema reside ahí. Admitámoslos. Gritémoslos a los cuatro vientos. Porque un fracaso es la forma que tiene la vida de cuanto deseas lo que deseas.

Por inercia queremos. Soñamos. Pero son aspiraciones que poco inspiran porque carecen de pasión.


Pero lo peor es que por inercia dejamos que la vida pase. Y la vida no pasa, en la vida se está. 

Lorena Burcat.

lunes, 8 de septiembre de 2014

De principios sin finales.


Soy una experta en bienvenidas. Mis expectativas suelen  crecer como la espuma, las emociones están a flor de piel .Todo huele a promesas verdaderas, sabe a quédate por mucho tiempo.

Me encantan las primeras frases de una novela. Los primeros compases de una canción. Abren puertas a sensaciones desconocidas. Son la antesala de guiones memorables, de escenas que accionan nuestros instintos primarios. Te dejan ver que es lo que te vas a perder si no te atreves a continuar. Te incitan a dejarte llevar.

Primeras veces que hablan de amores secretos, de tesoro ocultos. Viajes en el tiempo que evocan a cuentos de la mil y una noche. Cualquier época pasada envidiaría el final de esta aventura.

O eso creemos el primer día, incluso, quizás el segundo.

A medida que pasa el tiempo aprendemos que nada sale según lo previsto. Que las expectativas se venden demasiado al alza. Que las emociones se evaporan entre nubes espesas de cenizas. Que acabamos de rodillas persiguiendo destellos de sueños frustrados.

No puedo contar las veces que he llegado a escuchar que crecer es aprender a despedirse. Y cada vez que la oigo me repito que no es del todo cierto. Cada día tomamos decisiones que nos cambian en menor o mayor medida.

Llevo dos horas acostada a tu lado sin poder conciliar el sueño. Sigo repasando en diapositivas nuestros momentos más memorables. Aquellos que hacen que la balanza se incline a que mañana mi maleta siga en el trastero acumulando polvo. Hace tiempo deje de hacer listas con pros y contras. Porque aprendí que cada vez que enfrentaba nuestros defectos y nuestras virtudes para quedarme con aquello que me hiciera ganar, una parte de mí se perdía.

Hace dos días que me cuesta engullir. Soy incapaz de comer algo medianamente saludable. Supongo que todo es causado por todo el  tiempo que llevo empachándome de emociones ajenas por miedo a que me pasaría el día que me diese cuenta de que nuestra cuenta atrás ha llegado a su fin.

Cuando empezamos una nueva historia somos incapaces de narrar el final. Creemos que esta vez será la definitiva. Hemos encontrado el significado de hogar. Y el problema erradica en pensar que esta vez será diferente a la anterior. Cumpliendo los mismos hábitos esperamos resultados diferentes.

Quizás es que las ostias desde las alturas de mis expectativas me hayan vuelto un tanto incrédula, pero sÍ viviéramos con la intensidad de que mañana puede llegar el final estoy convencida de que creceríamos a pasos agigantados. Porque nos volveríamos expertos en narrar continuaciones sin comparar con la felicidad del primer momento. Y si somos capaces de seguir sin dudar que esto es lo que merecemos porque así lo decidimos aprenderemos que ni todos los finales  son felices ni   llegan en el punto y  aparte.


 Lorena Burriel.

viernes, 5 de septiembre de 2014

El rey de la selva.

Recuerdos que siempre había tenido una extensa y larga lista de requisitos indispensables para aquel chico que estuviese conmigo.

Divertido, detallista, cariñoso, comunicativo, espontaneo, inteligente, que me creara admiración, perspicaz. Deportista, amante de la aventura, dulce, romántico, que le fascinara viajar y cocinar. De los que le gustara dormir abrazados y ver películas de acción una tras otra. 

Mi terapeuta siempre me decía que tenía aquella fascinante e imposible lista como escudo protector. Jamás existiría nadie capaz de poder hacerle frente a semejante reto. Y eso me aliviaba. Era mi manera de saber que seguía a salvo. Me auto justificaba el porqué de mis fracasos amorosos. Porque nadie estaba a la altura de mis expectativas. Inconscientemente creía que yo no era lo suficientemente buena para merecerlo.

Hace tres meses apareció el león de la selva sin previo aviso. Ni me percate de su llegada por una sencilla razón, era lo más opuesto de la lista que pudiese imaginar.

Me creí mis propias palabras de que toda esa historia era pasajera, fugaz. Una anécdota más que algún día contaría a mis nietos. Y es cierto, seguramente lo haré. Aunque sea a mis sobrinos. Pero más que una mera anécdota será una moraleja fundamental.

Caí en la trampa de que yo controlaba todo lo que me pasaba. Ni él ni esta aventura cumplían las expectativas de recrear una segunda parte. De que hubiera un punto y seguido. De olvidarnos, de momento, del final. Quedaban páginas todavía por rellena en común.

De hecho sigo aprendiendo a creer que presuponer es errar. Porque no podemos controlar lo que mañana va a pasar. Así que olvidémonos de listas absurdamente imposibles y aprendamos a bailar descalzos bajo el asfalto mojado.


 Lorena Burcat.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Señales contradictorias.


Llevo días dándole vueltas a lo mismo. Como narices llegamos a ese punto. 

Todo iba aparentemente bien. Nos estábamos conociendo. Nos entendíamos. De maravilla. Congeniábamos. E incluso mis amigas te adoraban.

Nunca había sido de las que acaban cediendo pero contigo estaba dispuesta a que te quedaras de visita una larga temporada. Incluso me planteé aprender sobre tu apasionante trabajo arqueológico. Practicar juntos esgrima. Divertirnos viendo comedias en francés tú por rememorar tus tiempos pasados viviendo en París, yo intentando estudiar mi examen de francés.

Divertido, cariñoso y paciente. Debería haber visto desde el principio que algo fallaba, que algo no andaba bien. Aquel domingo significaba para mí un salto al vacío a lo desconocido. Un acto de fe conmigo misma. Supongo que no son necesarios los reproches. Ni las pataletas. Simplemente, digamos, que tú me omitías y yo no me valoré.

Tras tres semanas sigo pensando si lo correcto hubiera sido que lo hubiésemos hablado. Una conversación coherente y sencilla donde pudiera entender porque coño todo esto, lo que fuera que estábamos construyendo, había desaparecido en cuestión de minutos.

Quizás tú ya te lo habías planteado pero no tenías el valor de contármelo. Quizás yo sabía que esto no iba a durar y aun así me empeñaba en continuar como si tal.

Sea como fuera desde entonces clamo por una señal con la que decidir si darme una oportunidad más de preguntarte si volvemos a intentarlo o al menos si puedes explicarme que es lo que pasó. Porque yo sigo sin encontrarle respuesta.

Hoy se me ha roto el teléfono móvil y con ello he perdido todos los mensajes y whatts apps. Incluidos los tuyos. Incluido el número de teléfono. Y he pensado, "ahí está la señal. Se acabó."

Me he angustiado sobremanera por pensar en la posibilidad de no tener la oportunidad de volver a contactar contigo. Pero he llegado tarde. Lo nuestro pasó. Fue bonito mientras duro. O lo que sea que se diga en estos casos.

Hace unos minutos el móvil aparentemente roto ha vuelto a la vida y durante un minuto he podido recuperar algunos contactos. Incluido el tuyo.

¿Es otra señal? Quizás simplemente sea yo que no quiero pasar de página y que sigo anclada buscando una respuesta a una historia que jamás aconteció.

Así que sigo con la duda de si llamarte o no. Sigo sin saber cuál es la mejor opción.


Lo que sí que he entendido es que seré yo la que tomé esa decisión. No podemos dejar en manos de señales del destino las decisiones que afecten a nuestro corazón.

Lorena Burcat.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

¿Por qué hoy?


Hay aventuras que las empiezas por un motivo. Con un objetivo. Por una promesa. Por el deseo de buscar y hallar algo mejor. O al menos, diferente. O simplemente porque te has cansado de ver el mismo paisaje cada mañana y necesitas encontrar la fórmula para vencer a la rutina.

Cada día es un reto nuevo. Un desafío tras otro al que necesitamos enfrentarnos con la seguridad de que conseguiremos aquello que realmente deseamos. Porque no podemos crear nada que previamente no podamos imaginar.

Toda historia empieza con la determinación de que vamos a lograr algo nuevo. Acabamos viviendo entre momentos abstractos en los que nuestro potencial es la única llave con la que contamos para seguir avanzando.

Así que el día en el que decidimos emprender un nuevo viaje los miedos y las dudas se convierten en nuestros fieles acompañantes. Consejeros que nos dicen que volver es la opción adecuada. Que hay que estar loco por creer que en el mundo en el que vivimos vamos a ser aquellos capaces de romper las reglas y crear nuestra propia realidad.   Y deberíamos hacerles caso, o no.

Hace dos meses durante una conferencia a la que asistía en Bogotá un exitosa mujer dijo una frase que cambio parte de mí, del significado que yo le daba a cada sueño y reto que tenía por cumplir.

“Si no has abandonado hasta ahora, ¿Por qué hoy?”

Poco más hay que añadir. Cuando hay situaciones que no puedes controlar, que te sobrepasan. Granos de arena convertidos en montañas. Cuando levantamos muros infranqueables para que no nos puedan dañar solo hay dos posibles vías de solución.

O dejamos que la angustia venza a nuestra coherencia o aceptamos que estemos donde estemos siempre se puede continuar hacia adelante.

Si miramos un poco hacia atrás en el tiempo nos daremos cuenta que hemos pasado por vivencias iguales o peores y con el paso de los años se han convertido en el peor de los casos en valiosas enseñanzas o en anécdotas graciosas dignas de rememorar.

Todo en la vida tiene la importancia que nosotros decidimos otorgarles. Al final los problemas son del tamaño que nosotros queramos proporcionarles. Se comportan como reflejos a nuestros estímulos. Somos espejos y tenemos lo que reflejamos.

Nadie dijo que fuera fácil, pero merece la pena intentarlo, aunque sea solo por hoy.


Lorena Burcat.

martes, 2 de septiembre de 2014

Lloremos.


Llorar. Dejarme contagiar por una nostalgia pasajera. Sentir la necesidad de atracar la nevera. Y tener que cerrarla de golpe al comprobar lo vacía que sigue. Conseguir restos del helado de alguna celebración pasada y cegarme ante la posibilidad de rememorar cuando fue el último día que conseguí comer en condiciones.

Hace tres semanas que te marchaste sin un triste adiós y siento que ya no me puedo engañar más. Debería dejar este luto autoimpuesto creyendo que es la única manera de no sentirme débil. De no romperme ante la fragilidad del rechazo.

No puedo seguir cuestionándome en silencio cada paso que di hasta tu desaparición. Todo transcurría con aparente normalidad. Ningún sobresalto que hiciera presagiar el inminente final. Y aun así acabaste saliendo precipitadamente por la puerta de atrás.

Saber que ella había vuelto hubiera tenido que hacer saltar todas mis alarmas pero prefería seguir bailando entre promesas de humo y besos fugaces. Creí que lo conseguiríamos. Olvidarnos de los fantasmas de las pasadas navidades, digo.

Pero olvide un insignificante detalle. Tú siempre habías querido permanecer en la página anterior. Yo me convertí, sin querer darme cuenta, en el paréntesis que te distraía mientras aguardabas el punto y seguido con tu chica. No dudo que no me quisieras. Pero, al parecer, no lo suficiente. O, simplemente, no te merecía la pena arriesgar.

Supongo que llorar es lo mejor que puedo hacer. Maldecirte un tanto por haberme usado y reprocharme otro tanto a mí por haberlo permitido.

Pero de todo lo vivido hay una lección aguardando en el punto y aparte.

No volverá a pasar. Y no porque no existan más capullos incapaces de ser coherentes con lo que sienten y lo que quieren, con lo que piensan y lo que dicen. Con lo que deben. No ocurrirá de nuevo porque ahora sé lo que me merezco. Y como mínimo me merezco una dosis extra de sinceridad.

Así que lo siguiente que voy a hacer es llenar la nevera de nuevo. Hasta arriba. Y pasar página. Superar el dolor.


Y lloraré de nuevo. Algún día. Más pronto que tarde. Seguro. Pero esta vez será de felicidad.

Lorena Burcat.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Septiembre.


Dicen que septiembre es el lunes de los meses. Muchos piden que les despertemos cuando acabe. Sin embargo para mi es el mes que más despierta me tiene.

Cierto es que acaba el verano pero con él llega una nueva etapa. Cada vez más cerca de las navidades. Y eso solo puede significar una cosa, cada vez más cerquita de casa, de los míos de allá, porque los de acá siempre están. Aunque todos cuentan sea el mes que sea.

Todo puede empezar al final del verano. Es el punto de inflexión para descubrir hasta qué punto el idilio con aquel estrambótico ingles superará el mes de octubre.

Es el mes de los grandes desfiles de la moda. New York, Paris, Londres y Milán. Algún día, algún día lo conseguiré…

Si algún día me caso será en septiembre. Bronceada. Con energía renovada y tras la luna de miel por adelantado.

Es el mes de volver a empezar aun eclipsados por el influjo del sol veraniego.  De fijar nuevos objetivos. Nuevas metas.

Ayer dimos el pistoletazo de salida a la segunda temporada. Noche inolvidable, por llamarlo de alguna manera. Decir adiós a tres meses excitantes o se hace de forma memorable o mejor nos quedamos en casa ahogando las penas con extra de helado.

Septiembre siempre me ha recordado Al Guardián. A él me lo presento Sofi hace ya bastante tiempo y desde entonces ambas caímos rendidas ante este desconocido de teclado ágil y palabras evocadoras. Sus historias embaucan y nos hacen soñar con hombres de bandera que saben apreciar un buen viaje, una buena velada y la música de verdad. Un sueño sin identidad.

Nunca le agradeceré lo suficiente a Sofi que un día cayera en la cuenta de que lo debía conocer. (Solo por eso recuérdame que en navidades invite yo a nuestra tradición de verano)

Al guardián le gustan las chicas de septiembre. Y quizás esa sea una razón más por las que admiro este mes y a las chicas que lo representan. Nadie mejor que el para explicarnos que es una “chica de septiembre”. Así se presentaba justo hace un año en la revista ELLE.

“Las chicas de septiembre siempre han sido las mejores. Mis favoritas. Habrá quien tal vez prefiera las chicas de primavera o verano. Pero yo siempre me quedaré con las chicas de septiembre. Rebosando energía por los cuatro costados y ese brillo eléctrico en los ojos, esas ganas de comerse el mundo. Contándote sus viajes, sus historias de amor, siempre tan exageradas y con todo lujo de detalles, como aquella que contaba Olivia Newton-John a sus amigas en Grease, mientras los demás íbamos de John Travolta por la vida. Las chicas de septiembre van por la calle pisando con seguridad, decididas, llenando las terrazas de colores y siempre con más planes por hacer que horas tiene el día (y la noche). Apuntando nuevos libros, bailando las canciones que han descubierto en verano o comentando el último capítulo de The Newsroom mientras devoran un plato exótico de ese nuevo restaurante que les han recomendado. Las chicas de septiembre son como ese punto mágico del estrecho de Gibraltar donde se juntan dos aguas saladas. Son las aguas del verano que se va y las de esta nueva temporada que llega. Y, sin que te des cuenta, te dejas arrastrar por su corriente. En esta columna hablaremos de todas esas cosas. Y de muchas más. Pero, antes de nada, me quería presentar. Me llamo 'El guardián entre el centeno'. Y me gustan las chicas de septiembre."

Sé que a pesar de haber nacido en marzo un día encontraré al hombre que me defina como su chica de septiembre. Bienvenidos AL MES. Porque en septiembre cualquier cosa puede ocurrir.

Lorena Burcat.