viernes, 19 de septiembre de 2014

48 horas


Seguramente a estas horas, si todo va bien, este aterrizando en Barcelona.

Posiblemente ya habré llorado por la emoción de estar en casa. Aunque sean 48 horas.

Es curioso cuantas emociones nos puede despertar el hecho de pasear por nuestra ciudad.

Aceras que evocan besos veraniegos a media noche. Esquinas en las que siguen resonando los estallidos de tu risa junto a tu sobrino por haber conseguido por primera vez llegar al final de la calle sin las rudecitas de la bici. Balcones que dan los buenos días entre geranios y jazmines. Atardeceres que nos transportan a la última ve que, sin saberlo,  dijiste adiós. Sabores que nos recuerdan aquella tarde en el Born comiendo helados de sabores a cada cual más extraño. Aquel mismo día en el que acabamos de garitos por Marina y aquel inglés que conocimos en el aeropuerto me beso por primera vez. Gritos frustrados de desamor porque cerraron nuestro Japonés de Urgell. Tímidas sonrisa al pasar por delante del museo Picasso donde nos fuimos a pasar aquella calurosa mañana de agosto con dos americanos haciéndonos las entendidas en el cubismo.  Amaneceres en la playa tras una noche de desfase sin mirar hacia atrás.

Podría seguir enumerando uno a uno los recuerdos que hacen que sienta Barcelona es mi hogar. Una ciudad de acogida que me ayudo a descubrir un poco más de mi realidad. Vivir fuera de casa nos permite apreciar con más intensidad todo lo que tenemos al volver.


Y aunque sea breve, será intenso. Porque contigo Barcelona es imposible no ser feliz.

Lorena Burcat.

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