Septiembre acaba y con ello
empiezo un nuevo capítulo. Sentía que para cerrar la etapa necesitaba una
respuesta. Un punto y aparte para este capítulo tan especial. Pero me daba
miedo.
Hace tiempo cubrí la herida con
una enorme tirita que con el tiempo ha acabado adherida a mí como si fuera una
segunda piel. Era consciente que el problema de que la herida no cicatrizara era
que seguía tapada. Necesitaba aire fresco, oxigenarse, regenerarse la piel a
base de nuevas experiencias y aventuras. Pero para ello primero había de
arrancar la tirita. Pensaba que dolería, escocería. Y con ese temor fui postergando
el momento. Pero anoche decidí que ya era suficiente. Que el dolor era tan
intenso que difícilmente el tirón podría superarlo. Así que conté hasta tres y
arranque aquello que oprimía el cambio. Sorprendentemente no dolió. Escoció un
poco, pero creo que fue más por el hecho de haber tardado tanto tiempo en
atreverme que por exponer la herida de nuevo.
Sienta bien. Jodidamente bien.
Dicen que el tiempo cura las heridas. Esta vez voy a probar con cicatrizar a
base de nuevas experiencias, riesgo y muchas risas. Porque si con ello no lo
consigo, al menos, habré aprendido un poco más. Y seguir aprendiendo es la única
manera que tenemos de asegurarnos de que no estamos muriendo en vida.
Lorena Burcat.
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