Yo no soy muy de beber. De hecho diría
que la única copa que he bebido fue un vino exquisito con mi amiga Laia una
noche en las Ramblas de Barcelona. Digo lo de exquisito porque por el precio
que pagamos lo debía ser. A mí personalmente no me gusta el alcohol, así que mucho menos he bebido lo suficiente como para amanecer resacosa tras una noche de infernal garrafón.
Imagino que tras una noche
trepidante, donde las copas se suceden como si aparecieran por arte de magia,
el despertar es apoteósico. La lengua pastosa, la cabeza dando vueltas, hemos
amanecido en un barco en medio del atlántico con temporal, al jugar por los vaivenes
y juraríamos que esta habitación no se encuentra en nuestro piso. La confusión se
apodera de nuestros pocos sentidos útiles que nos quedan a estas alturas del
partido. Y poco, o nada, remarcable puede pasar a partir de ese instante.
Más o menos es como me siento ahora.
Desubicada. Diría que estoy sufriendo una resaca tardía. Hace un mes de aquel
memorable domingo pero ahora es cuando despierto entre maldiciones por el agudo
dolor de cabeza. Destellos borrosos de una conversación incoherente adherida
con indiferencia y gestos de desavenencias.
Acabo de desertar y me pregunto porque
una parte de mi esta tan dolorida. Como si me faltara algo. No sé, algo como
una explicación.
Recuerdo que apareció de repente,
de entre los muertos, ella. No puedo culparte. Demasiadas aventuras vividas
como para olvidarlas por un par de noches conmigo. Me lo advertiste pero yo no
quise reparar en tu pequeña confesión de madrugada diciéndome que habíais discutido,
que todo se había acabado.
Todo se había acabado hasta que volvierais
a veros. Hasta que enfrentarais vuestras posturas y decidierais que pesa más lo
vivido que los miedos por el que vendrán.
Y mira que yo me alegro por ello.
Que os vaya bien, seáis felices y al menos mi dolor sirva para algo. No lo digo
hipócritamente ni con exceso de ironía. Andy ya me dijo que por creer en ello
de buena soy tonta. Y quizás si. Pero todos tenemos derecho a equivocarnos.
Yo fui la primera en caer. Por
querer perdí de vista el horizonte y acabe cayendo de bruces en mitad de un
desierto repleto de arenas movedizas. Supongo que fuiste una placentera e inútil
alucinación. Una aventura de verano, que se suele llamar.
Ahora toca enfrentarme sola al
despertar. Duele el vacío de no saber qué coño pasó hace un mes. Porque soy yo
la que amanezco sola entre lágrimas inservibles. Voy a llamar a alguien para que
me explique qué hacer con todo esto. Con la resaca digo. Si llamara para
preguntar qué hago contigo seguramente esta noche tu coche aparecería rallado o
simplemente desaparecería tu gato.
La mejor solución va a ser un par
de ibuprofenos y volver a dormirme. Quizás con un poco de suerte mañana me haya
olvidado de lo capullo que fuiste.
Lorena Burcat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario