martes, 2 de septiembre de 2014

Lloremos.


Llorar. Dejarme contagiar por una nostalgia pasajera. Sentir la necesidad de atracar la nevera. Y tener que cerrarla de golpe al comprobar lo vacía que sigue. Conseguir restos del helado de alguna celebración pasada y cegarme ante la posibilidad de rememorar cuando fue el último día que conseguí comer en condiciones.

Hace tres semanas que te marchaste sin un triste adiós y siento que ya no me puedo engañar más. Debería dejar este luto autoimpuesto creyendo que es la única manera de no sentirme débil. De no romperme ante la fragilidad del rechazo.

No puedo seguir cuestionándome en silencio cada paso que di hasta tu desaparición. Todo transcurría con aparente normalidad. Ningún sobresalto que hiciera presagiar el inminente final. Y aun así acabaste saliendo precipitadamente por la puerta de atrás.

Saber que ella había vuelto hubiera tenido que hacer saltar todas mis alarmas pero prefería seguir bailando entre promesas de humo y besos fugaces. Creí que lo conseguiríamos. Olvidarnos de los fantasmas de las pasadas navidades, digo.

Pero olvide un insignificante detalle. Tú siempre habías querido permanecer en la página anterior. Yo me convertí, sin querer darme cuenta, en el paréntesis que te distraía mientras aguardabas el punto y seguido con tu chica. No dudo que no me quisieras. Pero, al parecer, no lo suficiente. O, simplemente, no te merecía la pena arriesgar.

Supongo que llorar es lo mejor que puedo hacer. Maldecirte un tanto por haberme usado y reprocharme otro tanto a mí por haberlo permitido.

Pero de todo lo vivido hay una lección aguardando en el punto y aparte.

No volverá a pasar. Y no porque no existan más capullos incapaces de ser coherentes con lo que sienten y lo que quieren, con lo que piensan y lo que dicen. Con lo que deben. No ocurrirá de nuevo porque ahora sé lo que me merezco. Y como mínimo me merezco una dosis extra de sinceridad.

Así que lo siguiente que voy a hacer es llenar la nevera de nuevo. Hasta arriba. Y pasar página. Superar el dolor.


Y lloraré de nuevo. Algún día. Más pronto que tarde. Seguro. Pero esta vez será de felicidad.

Lorena Burcat.

No hay comentarios:

Publicar un comentario