Llorar. Dejarme contagiar por una
nostalgia pasajera. Sentir la necesidad de atracar la nevera. Y tener que
cerrarla de golpe al comprobar lo vacía que sigue. Conseguir restos del helado
de alguna celebración pasada y cegarme ante la posibilidad de rememorar cuando
fue el último día que conseguí comer en condiciones.
Hace tres semanas que te
marchaste sin un triste adiós y siento que ya no me puedo engañar más. Debería
dejar este luto autoimpuesto creyendo que es la única manera de no sentirme
débil. De no romperme ante la fragilidad del rechazo.
No puedo seguir cuestionándome en
silencio cada paso que di hasta tu desaparición. Todo transcurría con aparente
normalidad. Ningún sobresalto que hiciera presagiar el inminente final. Y aun
así acabaste saliendo precipitadamente por la puerta de atrás.
Saber que ella había vuelto
hubiera tenido que hacer saltar todas mis alarmas pero prefería seguir bailando
entre promesas de humo y besos fugaces. Creí que
lo conseguiríamos. Olvidarnos de los fantasmas de las pasadas navidades, digo.
Pero olvide un insignificante
detalle. Tú siempre habías querido permanecer en la página anterior. Yo me convertí,
sin querer darme cuenta, en el paréntesis que te distraía mientras aguardabas
el punto y seguido con tu chica. No dudo que no me quisieras. Pero, al parecer,
no lo suficiente. O, simplemente, no te merecía la pena arriesgar.
Supongo que llorar es lo mejor
que puedo hacer. Maldecirte un tanto por haberme usado y reprocharme otro tanto
a mí por haberlo permitido.
Pero de todo lo vivido hay una
lección aguardando en el punto y aparte.
No volverá a pasar. Y no porque
no existan más capullos incapaces de ser coherentes con lo que sienten y lo que
quieren, con lo que piensan y lo que dicen. Con lo que deben. No ocurrirá de
nuevo porque ahora sé lo que me merezco. Y como mínimo me merezco una dosis
extra de sinceridad.
Así que lo siguiente que voy a
hacer es llenar la nevera de nuevo. Hasta arriba. Y pasar página. Superar el
dolor.
Y lloraré de nuevo. Algún día. Más
pronto que tarde. Seguro. Pero esta vez será de felicidad.
Lorena Burcat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario